Apenas rozan la mayoría de edad, pero ya son veteranos de la rima libre y los versos de plomo. Charlamos con tres de los muchos raperos que pueblan las plazas y parques de Palencia, organizados en ‘crews’
Huerta de Guadián, media tarde. Tres chicos (18-19 años) hablan y fuman de pie en torno a un banco, cerca del barullo del parque infantil donde jugaban no hace tanto. Como otros adolescentes de la ciudad, un día dejaron de prestar atención al tobogán para poner la oreja al grupo de mayores de al lado: estaban haciendo batallas de gallos. Tenían, más o menos, 14 años. Y hoy el rap es su forma de comunicarse.
Tanto es así que cuando hablan entre ellos, Rubén, Héctor y Amiel tienen la métrica incorporada en el discurso. Balancean sus hombros y su cabeza enfatizando las palabras cuando cuentan, por ejemplo, que a pesar de su estética de chicos malos -nada casual-, se esconde un joven sensible que solía tocar el piano, un universitario que leía Neruda, y un deportista que solía escuchar rock junto a sus padres.
Hoy, Rubén, Héctor y Amiel son Rubin, James y Amielo. Raperos palentinos que forman parte de una pequeña cultura underground que se palpa en las plazas y parques de Palencia.
Ellos cuentan que se organizan en grupos (“crews’’, matiza Amiel). Se contagiaron el virus del verso y la rabia de la rima los unos a los otros, cuando jugaban a competir en Freestyle en cualquier rincón.
Hoy, los tres producen y publican sus propias canciones, que inician vida propia en las redes sociales donde su pequeño público las hace suyas. Rubén, incluso, recorre España para participar en festivales y encuentros freestyle, a menudo junto a grandes voces de este género urbano.
Pero para ellos el rap es, ante todo, expresión. «Hay quien paga por ir al psicólogo. Yo tengo mi cuaderno», lanza Rubén. No sólo encuentra en la poesía urbana una forma de «evasión», como él dice, sino que se recrea en el dardo que le lanza a quien se pone delante.
«Para cualquiera que tenga la mente abierta a nivel musical, el rap le llegará seguro. Porque es muy personal y siempre habrá alguien que se identifique con eso que cantas». Expertos en su campo, pueden pasarse horas discutiendo sobre qué base rítmica le va a cada emoción. «Yo suelo rapear en una base de drill», apunta Amiel.
Los tres coinciden en la necesidad de leer para ampliar vocabulario y tener arsenal para competir en freestyle. Ya que, como explican, las batallas no se limitan al insulto y la rima fácil, sino que se valora el ingenio, la agilidad y la riqueza lingüística con la que derrotar al contrario.
En este tiempo de pandemia en el que les ha tocado rapear en casa, en pequeños grupos o a través de las redes sociales, coinciden en la necesidad de crear sinergia con los otros grupos de rap que hay por toda la ciudad, algunos de los cuales acumulan miles de visualizaciones en YouTube y otros canales. «Podríamos hacer algo muy chulo si nos conectáramos». De momento, ellos están preparando exhibiciones didácticas para realizar en bares y espacios públicos, con las que demostrar que este lenguaje es un auténtico arte que llega a personas de cualquier edad.