Ni se lleva a la chica, ni está en un pedestal

Benjamín Prado presenta en Palencia su última novela, Todo lo carga el diablo

 

L.M.Rivas Cilleros – Palencia

Con una yaya palentina en su árbol genealógico y un buen puñado de publicaciones después de que le contara la primera historia, acurrucado, en la cama, Benjamín Prado lo tiene meridianamente claro: ni se quiere llevar la chica (por aquello de ser el héroe que escribe la historia), ni quiere parecer estupendo (por aquello del pedestal en el que se suben algunos cuando les hacen un puñado de entrevistas).

Lo primero -lo de la chica-, se le presupone para quien logra el éxito en su carrera (sea literaria, pictórica, investigadora, política, etc…) o por lo menos es lo que suele ocurrir en las películas. Lo segundo…lo segundo no acaba de cuadrarle a este novelista, poeta y ensayista (Madrid, 1961).

Él está aquí para entretener, para contar las historias de la gente normal. Lo normal, vamos, para alguien traducido a una decena de idiomas y que ha publicado en una veintena de países. Él está aquí y es escritor, porque por de pronto sospecha de quienes “no te ponen hojas nuevas en tu vida”. Como si la vida fuera una historia, como si la vida fuera una novela, Benjamín Prado busca y rebusca, hasta encontrar protagonistas que hayan sido capaces de transitar del cinismo al civismo. Una sola letra cambia, suficiente para que Prado se sirva de sus historias para encontrar causas por las que merece la pena pelear y, claro, merezca la pena contarlas. “Yo soy el que cuenta la historia y se lleva a la chica”, comenta el autor de Todo lo carga el diablo, quien sin embargo deja muy claro que a nadie se le ocurra tratar de encontrar un paralelismo entre sus personajes y quien los crea, o mejor dicho, quien los novela. “No es autobiográfico”, sentencia. Que quede claro.

Prado ha estado en Palencia invitado por la Librería Ateneo para presentar Todo lo carga el diablo, la quinta entrega de la saga de Juan Urbano, investigador del que se vale para narrar la vida de tres mujeres, dos de ellas personajes reales, en posiciones ideológicas antagónicas, deportistas, rivales pero también amigas que compitieron en las Olimpiadas de Berlín en 1936, unos juegos olímpicos marcados por el nazismo. Afirma que todo lo carga el diablo, pero que, al final “uno, tú, yo, somos los que decidimos si disparamos, si no lo hacemos y contra quien”.

Y Prado no dispara, escribe, junta letras, forma frases y trata, básicamente de entretener. “Si no hay entretenimiento, sugestión, interés, lo demás sobra”, apunta.

Como le comentó su admirado Alberti –a quien conoció con apenas 18 años y con quien le unió una fuerte amistad-, la obligación de todo escritor es, por encima de todo, entretener, no parecer estupendo”.

Estupendo o no, Prado dejó en Palencia algunas pinceladas de su trayectoria literaria, esbozó sus inquietudes y dio también claves que pueden servir para extraer conclusiones sobre sus obras. Unas obras que son fruto de sus obsesiones (no se asusten). Las obsesiones del escritor. “No hay que buscar un tema para una novela, hay que escribir por lo que te obsesiona”. Y a Prado le obsesiona, como diría Balzac, la historia privada de los países.

¿Y qué es esto de la historia privada de un país? Sencillo, los episodios que han sido arrancados de los libros de historia. Episodios donde acaparan el protagonismo héroes de carne y hueso, aderezados con ciertas licencias creativas que ayudan a hilvanar las historias donde los personajes respiran e incluso “llegan a rebelarse mientras escribes”.

Prado se enfrenta a sus novelas física y mentalmente. Sabe de su proceso largo en la elaboración y de la factura que puede llegar a pasar al creador. “A mi lo que me interesa es que con lo que escribo, reaccionéis, que os pasen cosas”, espetó al público asistente a la presentación en la Biblioteca Pública de la capital palentina.

Cosas como las que le contaba su abuela, palentina. Una abuela a la que Prado debe su interés por la lectura, su interés por ir al fondo de las historias y su interés por contarlas. Es de suponer que Benjamín Prado se quedó más de una noche dormido, escuchando sus historias. Y es de suponer, quién sabe, que alguna de ellas será el argumento de su próxima novela, un nuevo ejercicio de fe.

Porque a fin de cuentas escribir, como el propio Prado aseveró, “es un ejercicio de fe, de fe en una historia durante años”. Nos los creeremos…haremos un acto de fe.

Imagen. Palencia en la Red

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