Por Fernando Estébanez Gil
Los que ya peinamos canas o ni siquiera peinamos, tenemos recuerdos nítidos de nuestra infancia relacionados con la ermita.
La tarde del Jueves Santo cuando el Sr Julián, el sacristán, oficiaba un viacrucis por la carrera de las cruces y terminaba en lo que era la ermita del Santo Cristo. O las rogativas en latín que D. Cipriano, el cura, rezaba el día de San Marcos y otras fechas señaladas, al amanecer, para implorar la lluvia.
Lo que ahora es la ermita de “San Isidro y su santa esposa Santa María de la Cabeza” goza de una dilatada historia. Su origen tiene relación con la confluencia en este pueblo de dos rutas de peregrinaje: A Santiago de Compostela y a Santo Toribio de Liébana.
– Una rama del camino De Santiago francés que atravesaba el Pisuerga por Melgar de Fernamental, seguía por Osornillo, Las Cabañas de Castilla y cruzaba Marcilla para llegar a la ermita de Villalcázar de Sirga, parada obligatoria de peregrinos.
– La actual ruta del camino lebaniego sigue el canal de Castilla. Antes de su construcción en el s. XIX el camino recto de Palencia hasta Liébana cruzaba por Marcilla.
Este pequeño edificio en realidad es un humilladero, fabricado de tapial donde los peregrinos de ambas rutas desgranaban una oración.
Fue construido hace 223 años con sus propias manos por un labrador del pueblo, fruto de una promesa. Antiguamente cuando la gente pedía algo al Cielo, para reforzar su petición, solía ir acompañado de una promesa que debería cumplir para que se concediera su deseo.
El labrador, fiel a su palabra logró buenas cosechas y llegó a ser una de los hombres más ricos del pueblo.
Quiso asegurarse de que sus herederos conservasen el edificio y para ello él mismo grabó en una piedra “Se Yzo esta obra año 1801, por mandado de Antonio Frechilla, y es mi voluntad y quiero que el que gozare esta herencia, está con la obligación cuando fuere necesario, de reparar el Calvario y este Santo Humilladero“. De ello doy fe porque aún puede leerse en la fachada.
Las primeras generaciones lo cumplieron y les fue bien en la vida. Con el tiempo uno de sus dueños, cansado de la dureza del trabajo en el campo en aquellos años, decidió vender todo su capital e irse a invertir a Argentina. Entonces era un país muy próspero y al principio le fue bien en los negocios.
Se olvidó de la ermita. Las goteras iban deteriorando el tapial. Por falta de cuidado llegó al estado ruinoso. Las cruces del Calvario se fueron desperdigando. En la actualidad se conserva media docena.
El propietario, que no volvió a acordarse del humilladero, comenzó a padecer grandes desgracias hasta quedar en la ruina total, perdiendo hasta la salud.
Con los años llegó al pueblo un regidor que todavía peina canas. Viendo el abandono del edificio y como nadie reclamaba su posesión, pensó que el pueblo debería hacerse cargo de él. Al leer el mensaje de la piedra concluyó que en él recaía la obligación de reparar el Santo humilladero y obró en consecuencia. Ahora es un lugar que se visita en las procesiones. Aquel alcalde es una persona generosa, que vive feliz y lo será por muchos años.
Todas las leyendas tienen su porción de veracidad. Toca al lector discernir los hechos verídicos de lo que este humilde redactor ha puesto de su cosecha.
Para comprobar la autenticidad de lo narrado acércate a la ermita de Marcilla, reza una oración y estarás preparado para disfrutar de las maravillas de este peculiar pueblo terracampino.