“Los motines del pan. Significado, significante y vacíos” – Por Encuentro Castellano Espliego

Encuentro Castellano Espliego

Tribuna de opinión de la Asociación Encuentro Castellano Espliego

“La historia es objeto de una construcción cuyo lugar no lo configura ese tiempo vacío y homogéneo, sino el cargado por el tiempo-ahora”
Walter Benjamin

La meseta norte es uno de esos lugares en el que pareciera que el tiempo ha decidido detenerse en un instante preciso de un momento histórico determinado. Un lugar en cuyo imaginario social se dibujó un pasado que no destaca por su prosperidad ni por su grandeza, más bien por todo lo contrario, pero como escribió Miguel Delibes en su famosa obra El camino: Las cosas podían haber sucedido de cualquier otra manera y, sin embargo, sucedieron así.

Rememorar la historia y marcar en el calendario ciertas efemérides es un acto que va más allá de ejercitar la memoria. Es también una apuesta por dar sentido al presente y nutrir el imaginario de futuros posibles. Poner en valor un territorio no se limita a ocuparse de sus recursos materiales y humanos. También es conocer su historia y la de aquellas y aquellos paisanos que la hicieron.

Nuestra tierra es un paisaje vinculado al cultivo de cereal, su vida es un relato fuertemente vinculado a las labores del campo y el mundo rural, su clima es percibido sólo en sus extremos. Todo ello, da cuerpo a ese carácter seco y manso enclaustrado en una tierra yerma. Seguramente algo de verdad hay en este imaginario que ha trascendido décadas e incluso siglos, sin embargo, no podemos aceptar su inmanencia en la totalidad del proceso histórico de nuestro territorio. Los imprecisos vacíos son tan inmensos que hemos llegado a desconocer quienes somos como pueblo.

“Ciertamente el pasado es un espacio vivo, seguramente inmortal. Aún así, bien por acción o por simple omisión, el pasado puede ser también algo escurridizo”

Ciertamente el pasado es un espacio vivo, seguramente inmortal. Aún así, bien por acción o por simple omisión, el pasado puede ser también algo escurridizo. Castilla es uno de esos sitios que parece haber caído en un pozo del olvido, en el que ya no suenan cantares de esperanza. Un pozo en el que tan sólo retumban ecos de un tamizado ayer sin capacidad de ofrecer horizontes de futuro. No fue siempre así. En esta tierra hubo tiempos de vitalidad, esperanza y deseos de construir un futuro arraigado en las condiciones del territorio.

Una parte de esa historia que hoy tratamos de poner en valor, viaja paralela a un ensueño de la ilustración española: El canal de Castilla. Un proyecto mastodóntico que ambicionó sacar de un atraso histórico al norte de Castilla, poniendo en circulación en los mercados europeos, a través de una vía acuática que conectara la meseta con el mar Cantábrico, el trigo castellano. Un objetivo que no llegó a alcanzarse y que dejó el inconcluso proyecto relegado a otros usos, no de menor importancia para la región, pero para los que no fue concebido.

Uno de esos usos fue el regadío, del cual seguimos siendo testigos, y otro, del que solo quedan ruinosos vestigios, fue la generación de energía para molinos harineros. Esta última aplicación sirvió de soporte a una pequeña industria que hizo soñar a muchos, necesario es decir que a unos más que a otros. Y como casi siempre en este tipo de historias, el sueño de unos pocos tornó en la pesadilla de otros muchos.

Junio de 1856: sueño de prosperidad

Corría el mes de junio del año 1856, y a unas condiciones de vida de las clases populares ya de por sí muy duras, se le sumaban una epidemia de cólera devastadora y los efectos de las políticas económicas liberales, como las desamortizaciones, del gobierno progresista del general Espartero. Sin embargo, una guerra ajena en la península de Crimea provocó en Castilla un pequeño sueño de prosperidad.

La guerra en Sebastopol bloqueó el grano ucraniano y desabasteció a Europa, especialmente al Reino Unido y Francia, implicadas en la propia guerra. Las exportaciones de grano y harina estaban prohibidas en un país que apenas producía para el consumo propio, pero los industriales harineros aseguraron que la cosecha era excelente. Además, tenían la vista puesta, o eso decían, en una Castilla industrializada gracias a la reinversión de los beneficios.

“La población era testigo de cómo la harina y el grano abandonaban su lugar de producción. Lo que quedaba tenía precios prohibitivos. El hambre y la enfermedad se cebaba con los más vulnerables”

Los carros iban cargados al canal, por el canal a Alar del Rey y de ahí, al puerto de Santander. La construcción de línea de ferrocarril Alar-Santander no podía ayudar, avanzaba lentamente y con sobrecostes multiplicando su presupuesto inicial. La población local era testigo de cómo la harina y el grano, la base de su alimentación, abandonaban su lugar de producción. Lo que quedaba tenía precios prohibitivos. El hambre y la enfermedad se cebaba con los más vulnerables, aumentaban las muertes infantiles, los niños abandonados en la inclusa y unos años después quedará registrado el descenso de estatura media de los nacidos y criados esos meses. Todo para el enriquecimiento de unos industriales que decían tener un sueño.

Las asonadas eran una forma habitual de protesta popular. Pero bastó con una chispa en un mercado de Valladolid para que se desatara la furia popular, las asonadas devinieron en algaradas y estas en un motín, que con voluntad justiciera se propagó rápidamente por el Canal de Castilla, llegando en horas a Medina de Rioseco y Palencia. En tumultos, la plebe confiscó harina y la repartió. Y algunas harineras, que parecían servir para enriquecer a unos pocos mientras condenaban al hambre a la mayoría, ardieron entre cánticos de «ya llegó el feliz momento de que la tortilla se vuelva, que los pobres coman pan y los ricos coman mierda».

“Algunas harineras ardieron entre cánticos de “ya llegó el feliz momento de que la tortilla se vuelva, que los pobres coman pan y los ricos coman mierda””

Los miembros de la milicia nacional, comprensivos, no se emplearon a fondo. Pero cuando se decretó el estado de guerra, el ejército sofocó el levantamiento a sangre y fuego: detenciones masivas, encarcelamientos, juicios sumarísimos y fusilamientos. Una represión brutal contra todo un pueblo trabajador, que volvía a ver cómo, a pesar de los supuestos discursos bienhechores de sus gobernantes, la tarta quedaba otra vez muy mal repartida. Una historia una y mil veces repetida, no sólo en Castilla, en la que siempre parecen salir ganando las mismas familias y oligarquías. Una historia que conocemos como Los Motines del Pan.

El poder social de los símbolos

Desde hace tiempo, vemos cómo nuestra tierra ha perdido su papel en el mapa político.  Cómo nuestros recursos naturales son permanentemente puestos al servicio de unos intereses económicos que olvidan a la población que aún habita esta tierra. Cómo nuestra juventud se ve empujada a migrar a otras zonas por la imposibilidad de encontrar un futuro en su lugar de origen. Vamos viendo cómo este ordenamiento territorial injusto va haciéndonos testigos mudos de un mundo que envejece y se derrumba ante nuestros ojos. Es cierto que el relato histórico de una comunidad tiene un valor meramente simbólico, pero sería una necedad subestimar el poder social de los símbolos.

La historia del Canal de Castilla puede dotarnos de un símbolo colectivo que aporte a nuestra tierra algo más que un recurso turístico. Un río artificial que puede ser el símbolo de que, si hay voluntad política, podemos planificar la economía de un territorio concreto en un sentido determinado. Un paisaje antropizado que ponga en valor la relación del ser humano y la naturaleza, planificando el espacio fortaleciendo el entorno natural. Un símbolo de que la ansiada vertebración territorial justa es posible.

Un símbolo de que la sociedad y el Estado no son sujetos estáticos indemnes a los cambios, que muestre las pugnas y diferencias sociales. Un símbolo de que el relato histórico no es imparcial y que normalmente quién queda relegado a sus márgenes, queda también al margen de los derechos. Y por supuesto, un símbolo de que, frente a todo poder oligárquico y sus desmesuradas muestras de ambición, siempre hay un pueblo capaz de hacerle frente, un pueblo capaz de hacer valer e imponer los intereses de la mayoría, sea cual sea su precio.

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