Editorial de noviembre de 2024
En un suspiro la vida puede cambiar. Nos aferramos a la idea de que nuestro tiempo aquí es abundante, de que siempre habrá un “mañana” donde podamos resolver conflictos, expresar afecto, o finalmente atrevernos a decir aquello que dejamos pasar. Pero en el fondo, sabemos que la vida es caprichosa, a veces cruelmente efímera. Nos parece eterna hasta que algo -una llamada, un accidente, un despiste propio o ajeno- nos demuestra su fragilidad.
En el mundo en que vivimos, tan lleno de planes, de metas y de agendas, nos cuesta detenernos a recordar que en un solo instante todo puede dar un giro. La vida nos da muchas oportunidades, sí, pero no siempre podemos decidir cuáles nos concede y cuáles nos arrebata sin previo aviso.
Pensamos en quienes amamos y nos resulta impensable que, sin razón aparente, puedan desaparecer de nuestro lado. Pero lo cierto es que nada en esta vida está realmente bajo nuestro control. Todo es, en esencia, efímero e impredecible.
Quizás hayamos oído mil veces la importancia de aprovechar cada momento, de no guardarnos las palabras de cariño, de no posponer los encuentros, de resolver las discusiones antes de que se vuelvan muros infranqueables. Sin embargo, no siempre escuchamos.
Las excusas son fáciles: “Hoy estoy ocupado, se lo diré después”, o “ese problema puede esperar”. Hasta que un día, el “después” y el “mañana” se desvanecen.
Si hay algo que nos deja cada experiencia tras una pérdida es una enseñanza clara y simple: la vida no espera, y cada momento cuenta. Cada “te quiero” no dicho, cada abrazo retenido, cada disculpa que nos guardamos, puede ser una oportunidad desperdiciada. El amor, el perdón y la amabilidad no deberían esperar. Deberían ser nuestra bandera.
Todos, en algún momento, hemos sentido la pérdida de alguien cercano, y sabemos lo devastador que es enfrentarse a la ausencia repentina, a esa llamada o noticia que nunca esperamos. Hasta que la experiencia nos toca de cerca creemos que esas historias de dolor solo pertenecen a otros. Pero basta con vivirlo una única vez para entenderlo en toda su magnitud, para ver con claridad la fragilidad que nos rodea.
En un instante la vida nos enfrenta a una verdad incómoda. Aunque intentemos aferrarnos a la seguridad de nuestros planes, aunque creamos que podemos manejar cada detalle, la realidad es que todo puede cambiar en un segundo. Nos lo recuerda la historia de alguien que pierde a un ser querido de forma repentina, o el amigo que nunca pudo despedirse. Nos recuerda que, en nuestra fragilidad, estamos todos unidos por la misma incertidumbre.
Así que, ¿por qué no llamamos a esa persona que nos importa? ¿por qué no intentamos reconciliarnos hoy? ¿por qué no abrazamos, decimos lo que sentimos, arreglamos lo que está roto? No porque queramos vivir con miedo, sino porque queremos vivir sin arrepentimientos. Porque, al final, lo que realmente cuenta no son las cosas que logramos acumular o los éxitos que coleccionamos, sino los momentos en los que fuimos capaces de estar presentes, de ser sinceros y de amar sin reservas.
La vida es, en efecto, un regalo maravilloso, pero uno que no podemos dar por sentado. Hoy, tenemos la oportunidad de vivir, de amar y de hacer las paces con aquellos que nos importan. Aprovechémosla. Porque, a pesar de su incertidumbre y de su fragilidad, la vida también está llena de belleza y quizás esa belleza esté en la manera en que elegimos vivir cada instante.
Que tengáis feliz mes de noviembre.