Sencillamente, Mónica
Continuando con mis recuerdos de Etiopía, en esta ocasión me gustaría dedicar este artículo a una mujer que por sí sola podría ocupar un libro entero. Mónica era una mujer maltesa de 82 años que había vendido todas sus propiedades y transferido todos sus ahorros con la idea de construir un orfanato para chicos de entre 15 y 18 años.
Se presentó en la Capital Etíope con un billete de ida y una maleta repleta de sueños y determinaciones.
Sin embargo, esa maleta llena de buenas intenciones se fue desinflado a medida que pasaban los meses. El gobierno y todas la instituciones se habían propuesto ponerle la zancadilla a cada paso que daba. Aunque parezca ridículo, no querían ayudarla en su empeño de ayudar a sus propios ciudadanos.
Al final, y gracias solamente a su cabezonería y su buena voluntad, consiguió comprar un terreno al triple de su precio de mercado. En el terreno construyó una casa bastante grande y una huerta importante en la que los chicos se afanaban en cultivar verduras y frutas. Mónica estaba obsesionada en darles un futuro y los preparaba para ir a la universidad. La primera vez que entré en aquella casa, lo que más me sorprendió fue su silencio, la serenidad y la enorme educación de aquellos chavales. Dormían todos en cuatro habitaciones inundadas de literas y las tenían todas limpias y ordenadas. Mónica iba siempre acompañada por William. William era invidente. Cuando me lo presentaron me puse muy nerviosa. No sabía como expresarle mi cariño sin transmitirle un sentimiento de pena. Reconozco que cuando me acerqué a darle un abrazo tenía los ojos llenos de lágrimas. Su temprana ceguera se hizo mi cómplice y me permitió expresar mis sentimientos sin avergonzame. Contra todo pronóstico pude observar que mis lágrimas eran correspondidas por un niño también emocionado.
En ese mismo instante me dí cuenta de que por desgracia aquel ser humano había disfrutado de muy pocos abrazos en su corta vida. Y ahí entendí la grandeza de aquella mujer, esa abuelita de apariencia ahora frágil, que había trabajado en Naciones Unidas. Aquella señora que había gozado de poder, dinero y reconocimiento, me estaba enseñando una lección de vida.
Lo cierto es que la mayoría de los mortales nos conmovemos con los bebés, pero la realidad es que son los que lo tienen más fácil. Había listas de espera para adoptarlos. Las monjas eran conscientes de que cuando los niños cumplían cuatro años llegaban los problemas de verdad. El porcentaje de personas que se quieren hacer cargo de ellos se reduce drásticamente. Por eso me gustaría darte las gracias Mónica, donde quiera que estés, por tu existencia porque tú solo tú eres una de esas personitas que si no existieran habría que inventar. Descansa en paz bella mujer.
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