Señor, danos paciencia

Marta Sastre Barrionuevo
(Periodista / Piloto)

Cuidado con lo que deseas que puede hacerse realidad, dicen las malas lenguas. Y son muchos los ejemplos que corroboran esta afirmación.
Escuchaba hace un par de días a un neurocientífico hablar del cerebro humano.
El buen hombre explicaba que nuestro cerebro está pensado para resolver problemas. Hasta aquí todo correcto, pero ¿qué sucede en las contadas ocasiones en las que carecemos de ellos?

La respuesta es bastante previsible pero no por ello sigo sorprendida por lo que en realidad es una pequeña maldición genética. Al parecer, nuestra caprichosa cabecita se dedica a buscarlos. ¿Se dan cuenta del drama que esto supone?
En mi humilde opinión ésta es la clave de nuestra eterna insatisfacción y nuestra escasa capacidad de disfrutar de los momentos felices.

Me comentaba una amiga hace poco que le preocupaba el sentimiento de aburrimiento que le embargaba. Si lo piensas, proseguía con un esbozo de sonrisa entre melancólica y sarcástica, he conseguido todo lo que quería. Tengo el trabajo por el que he luchado tantos años, estabilidad familiar y económica, estoy sana, sin embargo, y lo reconozco no sin avergonzarme, me aburre tanta perfección.

Ella se afanaba en intentar encontrarle una explicación a tanta sin razón. La culpabilidad, como ya habrán adivinado, la estaba martirizando. La mayoría de la gente, desde su total desconocimiento, le tacharía de malcriada, egoísta, insolidaria con la gente que está pasándolo mal de verdad.
Tengo que recalcar que esta mujer es todo bondad y solidaridad, así que ese no es el problema.

Inmediatamente me vino a la cabeza la afirmación del doctor Dean Burnett en su libro “El cerebro idiota” que les comentaba al principio de esta columna. Según él, el cerebro humano moderno está constantemente imaginando escenarios. Muchos de esos escenarios son inútiles e involucran resultados negativos.
Podemos estar permanentemente preocupados por cualquier cosa porque somos propensos a eso y lo que el cerebro reconoce como negativo, desencadena el mecanismo de detección de amenazas, lo que nos provoca estrés y ansiedad.
¿No les parece fantástico entender un poquito de cómo nos sabotea nuestro propio cerebro?

No somos egoístas, no somos raros, simplente tenemos un cerebro complejo que todavía se está adaptando a esta vida inundada de estrés y estimulos diferentes.
No tenemos problemas ergo los encontramos.
Si a esto le unimos lo que defiende la cada vez más popular psiquiatra Marian Rojas sobre nuestras preocupaciones, nos deshacemos de mucha tortura mental.
Según ella, el 80 % de nuestras inquietudes no pasarán nunca. Piensen en ello y verán que tiene toda la razón del mundo.

Esta teoría intento aplicarla cada día para apaciguar ese sentimiento cada vez más extendido entre las madres que intentamos conciliar.
Soy mala madre porque no puedo llevar a mi niño al colegio, mala madre porque no estoy presente en la obra de teatro, mala madre porque no le acompaño a los cumples de los amiguitos, mala madre porque no voy al partido de fútbol, porque a veces no llego a tiempo para prepararles la cena y darles mimitos, mala madre por perder la paciencia cuando discuten durante horas y les pego un grito, mala madre por estar cansada.

Sin embargo, observo que el mundo está inundado de madres perfectas que hacen todo bien y tienen tiempo para crear grupos de whatsapp y para ir a todos los eventos, para ser presidentas de la asociación de padres, comprar regalos a los profesores, nunca están cansadas, para pasar horas a la entrada del colegio hablando con otras madres sobre su perfecta perfección y mantener una eterna sonrisa en la boca que se queda marcada de manera indeleble en tu frágil cabecita, en tu camino al trabajo.
Con P de perfección, porque no Señores, siento trasladarles que la perfección no existe y si existiera sería muy aburrida.

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