Por Marta Sastre Barrionuevo (Periodista / Piloto)
Hace unos días recibí un mensaje por WhatsApp de una prima a la que tengo mucho cariño. En el mensaje me preguntaba cuál era mi opinión sobre lo que le pasa a la Princesa Kate Middleton y cuáles eran los rumores en Inglaterra.
En realidad en Inglaterra, dónde la gran mayoría de la población es tremendamente monárquica, se hablaba bastante del tema pero no se atrevían a dar tantas versiones como en España. De hecho, había periodistas que se estaban poniendo en contacto con algunos compañeros españoles, como Pilar Eyre, porque la información que les llegaba era mínima. Sin embargo, en nuestro país había bastantes teorías al respecto.
El hermetismo era tal que las especulaciones eran cada vez más locas.
Sin ir más lejos, Angela Levin, biógrafa de la Reina Camilla, llegó a apuntar durante una tertulia televisiva que el ingreso de Middleton correspondía a un problema de salud mental. En España, se llegó a asegurar que había estado en coma después de la intervención, se nos habló por activa y por pasiva de las relaciones extramatrinoniales del Príncipe Guillermo con Lady Rose. De hecho, se dedicaron artículos enteros y programas de televisión a la que ya se le colocó el sobrenombre de Camila 2. Corrieron ríos de tinta informándonos del precio de la mansión en la que cohabita la supuesta amante con un marido mucho mayor que ella, al que no le atraen las mujeres y que no se les acabó el amor de tanto usarlo porque el amor nunca existió. ¿Se imaginan ustedes lo que habrán escuchado los hijos de esta pareja en el colegio?
Por supuesto, como ahora ya sabemos, estas informaciones no eran más que inventos de lo que nosotros hubiéramos denominado conversaciones de mesa-camilla, que jamás se comprobaron antes de emitirlas y que apresuradamente fueron desmentidas en masa por los diarios ingleses.
Y la triste realidad es que mientras todos nos afanábamos en dilucidar cuál de esas teorías eran las correctas, la Princesa estaba iniciando un tratamiento para curar un cáncer.
Cuando la vi por primera vez en televisión contando su desdichada nueva realidad, sentí una profunda pena y un enorme sentimiento de culpa. Entre todos, la habíamos obligado a salir del armario de una enfermedad que, los que hemos tenido la desgracia de vivir en nuestra familia, sabemos lo difícil que es transmitirlo a nuestros hijos. Por supuesto, esta pareja de mortales como nosotros, necesitaba un tiempo para digerir la noticia, para luchar por salir adelante con el tratamiento pertinente y para ganar tiempo para contárselo a sus vástagos y evitar que se enteraran por sus compañeros de clase.
Lo que más me preocupa de todo esto es que nadie entona el mea culpa, que no es la primera ni será la última que se lleve a cabo una lapidación pública y que no se tomen responsabilidades. Mataron de sida a Miguel Bosé, se cargaron literalmente a Barack Obama, David Bisbal… en fin, la lista de famosos que ha dado por muerta la prensa es interminable. Encontraron viva a la hija de Albano y Romina, sin ningún tipo de pruebas que ratificaran la veracidad de la noticia.
¿Se imaginan ustedes el dolor de unos padres a los que de repente se les dice que a lo mejor su hija sigue viva y eso no es verdad? No es eso reabrir la herida más dolorosa que pueda padecer un ser humano?
Y todo ¿por qué? ¿Por conseguir una exclusiva? Al final esto es como una lotería, cuantas más chorradas se suelte por la boca, al final alguna coincidirá con la realidad y se logrará el objetivo de ganar seguidores y reputación, al fin y al cabo si no es cierto, a nadie le importa. Pero no todo vale, los famosos al igual que el resto de mortales tienen sentimientos y se enferman y padecen.
Con “P” de prudencia.