Programa 'A gusto en casa'
Antonio y Piedad, usuarios del programa 'A gusto en casa' junto a la cuidadora Fabiola en su domicilio de Venta de Baños

Gracias al programa ‘A gusto en casa’, más de 2.500 usuarios de casi 700 municipios reciben sus cuidados y necesidades en su hogar: los casos de Mariela, que ha sufrido dos ictus, y de Antonio y Piedad, son dos de ellos

Juan López / ICAL

Esta es una historia de necesidad, pero también un relato de amor, ese que para muchos se resume, simplemente, en quedarse en su hogar a pesar de sufrir una dura enfermedad, una recaída que te obligue a depender de terceras personas, o tan solo la edad, el paso del tiempo, ese que no perdona a nadie. “Si me meten en una residencia, me matan en vida”, simplifica Mariela Mansilla, sentada en una silla, con una sonrisa permanente, maquillada para la ocasión y con la compañía de su gato y de Yolanda Jara, la segunda pata de esta bonita poesía que conforman ambos versos, que no se entienden si no se acompasan unidos.

Los casos de Mariela, que reside en un piso de alquiler en la localidad vallisoletana de Traspinedo, y el de Antonio Gastón y Piedad Castillo, matrimonio que reside en una casa molinera en Venta de Baños (Palencia), son dos ejemplos de los más de 2.500 usuarios de casi 700 municipios de Castilla y León que reciben sus cuidados y necesidades en su hogar, bajo el paraguas del programa ‘A gusto en casa’, gestionado por la Consejería de Familia e Igualdad de Oportunidades y que echó a andar en 2021 como proyecto piloto en las comarcas de Aliste y Sayago, en Zamora.

A partir de entonces se ha extendido a todas las provincias con el noble propósito de que las personas que precisen de cuidados, es decir, mayores, dependientes, con discapacidad o enfermedad crónica, “puedan permanecer en su propio domicilio, prestándoles para ello los apoyos necesarios que les permitan seguir realizando sus actividades cotidianas, vigilar su salud y mantenerse activos e integrados en su comunidad”, tal y como explica Laura García, de la Fundación Intras, encargada de gestionar los casos en la provincia de Valladolid y que visita a cada usuario al menos una vez al mes.

Mariela sufrió dos ictus, con 35 y 40 años, el segundo de ellos cuanto se encontraba en Guatemala, su país de origen. Ahora, con 51 años, separada y con dos hijos “mayores”, relata a Ical que “ella no quiere dejarse caer” a pesar de que su movilidad es reducida. “No quiero decir eso de ‘no me apetece esto’, ‘o me apetece lo otro’, porque sé que al final me deprimo y cuando te das cuenta ya es tarde”, apunta. Emocionada y con lágrimas en los ojos que entrecortan la conversación, recuerda “quién era Mariela antes y después”. Su gran ayuda ha sido la ecuatoriana Yolanda Jara, su asistente social, que la ayuda al menos una hora al día en función de sus necesidades en el marco de este programa. “Recuerdo un día que fuimos a un centro comercial a Valladolid y al salir del pueblo Mariela empezó a llorar”, recuerda Yolanda. “¿Qué te pasa?”, le pregunto ella. “Me emociono solo de ver los pinos y el monte, porque me gusta mucho la naturaleza y en esta situación no puedo salir sola de casa”.

Ambas se entienden con mirarse. Han creado algo más que una asistencia y una necesidad: se han convertido en amigas, hablan, pasean, cotejas sus costumbres latinoamericanas, hacen manualidades e incluso cocinan juntas platos típicos. “Nos ha ayudado a conocernos mejor”, explica Mariela, que ha pasado los últimos 32 años en España, con viajes entre medias al “país de la eterna primavera”, su Guatemala natal, donde reside su madre: “Está mejor que yo”, ironiza, y destaca que tiene amigos por toda Castilla y León.

“Mis hijos lo han pasado muy mal, porque yo era muy ‘pijina’, me ponía tacones a diario, pendientes, y se me subían las plumas a la cabeza. Y ahora mira… Cuando les veo les digo: tres segundos de llorera y a reír”, se emociona, antes de mencionar que la sociedad “vive en un misterio divino”. “Y si no, ¿cómo es que yo caí mala y vino Yolanda? ¡Qué casualidad!”, reflexiona.

Más de 60 años juntos

Antonio Gastón y Piedad Castillo residen en una casa molinera en Venta de Baños. Se conocieron hace más de 60 años en Bilbao durante un baile, ciudad donde ambos trabajaban. Él procede de una familia pacense de la que emigraron todos los hermanos. Ella, del Cerrato palentino. Se instalaron en Venta de Baños, donde nacieron sus hijos. Pero con la edad llegaron los achaques. Él está recién operado, con 84 años; ella, con 79, tiene escasa movilidad por el dolor que sufre y daños en las piernas, que “fallan desde hace tres años, con la pandemia”. De hecho, se ayuda a moverse con una banqueta.

La asistenta de ‘A gusto en casa’, Fabiana, vive en un piso cercano y acude todos los días una hora para ayudar en el catering, que en este caso lo surte Fundación San Cebrián. Además, ella cuenta con asistente personal seis horas a la semana y ayuda a domicilio 22 horas al mes, principalmente en la noche para ayudarla a acostarse y en la ducha.

El programa se adapta a las necesidades del matrimonio, y aunque ella requiere de esa ayuda, en la que Antonio colabora, él “se nota también cada vez más cansado”. Han solicitado a la Fundación el alquiler de una silla de ruedas y admiten estar contentos con el catering, que contempla una “dieta equilibrada, baja en sol o azúcar, respetando los requisitos de cada caso”, tal y como indica la gestora de este caso de la Fundación San Cebrián, María Curieses, quien señala que el de asistenta es un trabajo muy feminizado, cercano al 98 por ciento en el Cerrato. En Palencia, cuentan con 170 casos activos y 485 adhesiones desde el inicio del programa.

Intecum

En el mismo contexto se encuentra el programa ‘INTecum’, innovador y pionero en España, que ofrece la posibilidad, a las personas con enfermedad en fase avanzada o terminal, de continuar siendo atendidas en su propio hogar, para evitar que tengan que abandonar su entorno familiar y personal. Un servicio que se presta hoy en todas las provincias de Castilla y León.

Este sistema de cuidados en el domicilio, dentro del modelo de ‘Atención en Red’, no sólo extiende la asistencia a todos los rincones de la Comunidad, sino que supone una actividad de dinamización económica, creación de empleo y fijación de población. De hecho, por cada cien personas atendidas se crean 64 puestos de trabajo a tiempo completo, a los que hay que sumar los 12 de los centros especiales asociados a cuidados de proximidad. No en vano, Castilla y León es líder en creación de empleo en este sector al abanderar la profesionalización de los Servicios Sociales.

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