Crónica de los dos conciertos ofrecidos por el histórico músico este verano, en Madrid y Zaragoza
Si alguien tenía alguna duda, Bunbury ha traspasado ya esa complicada línea que otorga a un artista la categoría de genuino a leyenda de la música. Bunbury es ya, un héroe de leyenda, más vivo y fuerte que nunca.
Los más de 15.000 afortunados que abarrotamos el 29 de junio el ya mítico WiZink Center, dimos fe de que Bunbury es mucho más que un gran artista: es, sin duda, uno de los grandes compositores, creadores y cantantes que han sido llamados a pasar a la historia por méritos propios.
Artista irreverente, inconformista y muy exigente que siempre está en constante evolución e investigación, pero que supura, por cada uno de sus poros, arte. Arte con mayúsculas.
Pasan los años, más de 37 encima de los escenarios, y sigue conservando esa fuerza que tenía aquel joven intrépido en los años 80 que quería comerse el mundo en Zaragoza junto a su añorada banda Héroes del Silencio.
Bunbury, en sus dos shows únicos en España, ha sido como si se tratase de una auténtica religión, donde los feligreses y parroquianos acuden para alimentar su alma y sed de música.
Una inolvidable despedida de La Romareda
Eso mismo ocurrió el pasado sábado 6 de julio en la histórica Romareda, en su Zaragoza natal, donde los 30.000 seguidores despidieron ese templo con uno de los conciertos y espectáculos más cuidados y llenos de sentimiento de los últimos años.
Entrega y devoción: eso es lo que resume lo que allí vivimos. Bunbury hace cada concierto como si fuera el último de su vida… Ahí radica su entrega y pasión por la música.
Fueron dos horas de música. Y si recalco lo de música es porque, aunque parezca una obviedad, no lo es en absoluto: cuesta encontrar hoy en día un show tan bien programado y ejecutado de principio a fin.
El zaragozano, a sus 56 años, decidió volver a España para realizar dos show únicos. El primero fue en Madrid, donde no defraudó a un público que lo esperaba ansioso e ilusionado, tras aquel amago de despedida repentina y obligada de hace dos años, en medio de una gira mundial, motivada por una extraña alergia (al glicol, presente en la mayoría de efectos de humo que se utilizan en los escenarios) que casi lo apartó para siempre de los escenarios.
Regresaba a su país como un ave fénix: con más fuerza que nunca, escoltado y custodiado magníficamente por miembros de su banda, “los Santos Inocentes”, compuesta por algunos de los mejores músicos que te puedes encontrar en este país encima de un escenario: Alvaro Suite, Jorge Rebenaque, Jordi Mena, Ramón Gacías, Robert Castellanos, Quino Béjar. Y alguna cara nueva, como la joven multinstrumentista Erin Memento: los siete magníficos músicos que arropan y engrandecen, más si cabe, a uno de los más importantes artistas españoles de todos los tiempos, como es Bunbury.
Un artista con mayúsculas cuyo logro se apoya en la exigencia con todo lo que hace: la excelencia de sus músicos, su producción, su estética, la set list de cada concierto, el cronograma de cada show… Y sobre todo su gran entrega durante todo el espectáculo, en el que el público no cesa de sentir todo tipo de emociones a medida que desgrana sus mucho éxitos. Porque complicado debe de ser para él elegir qué temas toca y cuáles no: podría estar más de 4 horas tocando grandes éxitos, de esos que mueven algo en tu interior, de esos que te tocan la fibra.
En Madrid y Zaragoza, esos shows únicos y especiales, la selección de temas comenzó por Los términos de mi rendición para ofrecer después Nuestros mundos no obedecen a tus mapas; Cuna de Caín, Despierta, Hombre de acción, El rescate, Cualquiera en su sano juicio (se habría vuelto loco por ti), Invulnerables, Más alto que nosotros solo el cielo, Que tengas suertecita, Alaska, El extranjero, Desaparecer, La actitud correcta, Apuesta por el rock’n’roll, Porque las cosas cambian, De todo el mundo, Entre dos tierras, Sí, Lady Blue, Parecemos tontos, Infinito, Maldito duende, La constante, y por supuesto para concluir, …Y al final.
Este genio -para mí lo es-, antes de cada show estudia al detalle el recinto y, en sus pruebas de sonido (que hace él en persona… a diferencia de otros artistas), comprueba cómo suena en cada punto de la sala, pabellón o estadio, porque respeta mucho lo que hace y, sobre todo, a sus fans, quienes han pagado por oírle.
Al terminar ambos shows vi alegría, emoción, la cómplice sensación de los que allí estábamos tras haber podido vivir, en directo y en persona, un acontecimiento único, una brillante página del libro de la banda sonora de este país
En Madrid, me moví desde el foso, donde pude verle y fotografiarle a escasos centímetros con un sonido exquisito (en un lugar en el que lo habitual es quedarte casi sordo por la intensidad de unos graves que distorsionan todo). Y luego me desplacé al otro extremo de la pista, donde seguía sonando de manera espectacular, a pesar de los miles de cuerpos que amortiguaban las ondas sonoras. Por último terminé pasando por ambos laterales, donde el sonido era igualmente de diez. Y esto, creedme, no es habitual (por desgracia) en todos los conciertos de grandes artistas.
La misma calidad de sonido encontré en el concierto de Zaragoza, a pesar de ser un recinto mucho más grande y complicado y con el doble de aforo, donde colocó varias torres de sonido al fondo de la pista para reforzar la presión acústica y que nadie perdiera la intensidad. Esto es lo que marca la diferencia entre un concierto… Y un concierto de un grande, Bunbury.
Al terminar ambos shows vi alegría, emoción, la cómplice sensación de los que allí estábamos tras haber podido vivir, en directo y en persona, un acontecimiento único, una brillante página del libro de la banda sonora de este país.
Creo que hay pocas cosas más emotivas que un buen concierto en directo, donde la música es alimento para el alma, algo cada vez más necesario en esta sociedad tan fría, superflua y deshumanizada.
