Mis primeros recuerdos de Boadilla del Camino están relacionados con el afecto. Mis impresiones iniciales de allí son de acogimiento, sonrisas, comida buena. Estoy hablando de un mes de mayo de hace ya veintitantos años, cuando, en medio de la aventura del Camino de Santiago, elegí el albergue de peregrinos de la familia Merino para descansar después de una etapa de 20 kilómetros. Además de toda la estructura y confort, me encontré con la forma palentina de recibir y fui tomada por una inmensa sensación de gratitud.
En aquella primera visita, sentí los olores del trigo que se meneaba en el campo, aquel mar de Campos que me fascinó desde la primera mirada. Me regalé preciosos minutos de silencio tan solo para no interrumpir el alegre alboroto de los primeros vencejos. También me senté a orillas del Canal de Castilla y escuché historias sobre el cruce de los caminos de la Fe y de la Razón. Me enamoré un poco más de la región. Creo que allí el destino estaba plantando semillas en mi corazón, que han florecido años después y siguen floreciendo, cada vez que vuelvo al municipio.
Un día de cielo azul y sol intenso de este atípico mes de mayo de 2021 estuve otra vez en Boadilla. Me encontré con un pueblo preparándose para volver a recibir a los peregrinos -a Santiago o a Liébana- que poco a poco retoman sus rutas en esta vida que sigue. Volví a admirar la majestuosidad gótica de la iglesia de Santa María de la Asunción (siglo XVI) e hice unas cuantas fotos del que considero el monumento estrella del lugar, aquel magnifico rollo de justicia del siglo XV, patrimonio tan singular de Palencia, símbolo de la identidad particular de sus vecinos. Antes de salir del pueblo, me encontré con la misma sonrisa del hospitalero Eduardo Merino. Décadas y algunas canas más (para él y para mí), la guiri brasileña se sentía en casa otra vez. Y eso inmediatamente me ha hecho recordar que, mucho más allá de toda la belleza de Palencia, está la belleza de sus gentes.
Otra vez fui tomada por la sensación de ser grata por todo lo que tengo en manos y porque, tanto tiempo después, fruto de las curvas del Camino de la vida, puedo disfrutar del lujo que es vivir a tan solo 40 kilómetros de este pequeñín y tan grandioso municipio palentino.
Frómista, Santoyo, Támara, Boadilla de Camino. Tierra de Campos. Tierras de mucho patrimonio. Tierras de Palencia. Tierras de afecto y hospitalidad. Aquí, como siempre, dejo mi sugerencia para que este mes de junio tú, peregrino de la vida real, visites un pueblo más de Palencia, o muchos. Visita Boadilla, un pueblo que te provoca ese sentimiento de pertenencia. Pertenencia con P de Palencia.