La pieza que centra la visita de hoy, Día Mundial de los Museos, es una tapa de sarcófago, tallada en piedra caliza y decorada con motivos vegetales geométricos de filiación visigoda, cuyo original se encuentra conservado en el Museo de Palencia y será expuesto, junto con otros elementos del yacimiento, en la sala dedicada a la cultura visigoda tras la próxima renovación museográfica de algunas de las zonas del museo, que será acometida a finales del presente año.
La pieza fue descubierta durante la excavaciones arqueológicas en el lugar que iba a ocupar el polígono de Baltanás. Fruto de estos trabajos previos se pudo documentar un importante poblado que estuvo ocupado desde el siglo VI hasta el XVI, ofreciendo la posibilidad de estudio de las formas de vida durante la Alta Edad Media y la transición de la tardoantiguedad a la Edad Media. Unos siglos sobre los que aún queda mucho por estudiar y conocer. Este aspecto es, sin duda, uno de los rasgos que más singularizan y dan importancia a este enclave arqueológico.
Lo más llamativo de los trabajos arqueológicos realizados durante casi un año por Eva Martín Rodríguez y su equipo, entre 2010 y 2011, fue excavación y documentación de la amplísima necrópolis asociada a la iglesia del poblado “Santa María de la Aldea” en la que se pudieron reconocer hasta 977 tumbas relacionadas con los casi diez siglos en los que estuvo poblado este asentamiento. Los enterramientos más antiguos (Fase I), de cronología hispanovisigoda (s. VI –VII) con ajuares funerarios típicos de esta fase, son previos a la construcción de la primera iglesia documentada.
En algún momento de la segunda mitad del siglo VII se alzó el templo al que se asocian la mayoría de las inhumaciones, llamando la atención la gran cantidad de enterramientos realizados en sarcófagos pétreos monolíticos de los que, algunos de ellos, conservaban su correspondiente tapa, también, tallada en una sola pieza. Una de estas, la de la tumba número 812, se encontraba decorada con motivos vegetales geométricos en bajo relieve de clara filiación visigoda, siendo la única ornamentada de toda la colección y la protagonista de estas líneas.
Es una tapa fragmentada de sarcófago; realizada en piedra caliza, forma rectangular, de algo más de dos metros y medio de longitud, casi setenta centímetros de anchura en la cabecera y un poquito menos en los pies. La cara exterior ha sido tallada en forma semicircular y el interior vaciado para aligerar el peso. Sobre la superficie lisa destaca una banda central que recorre toda la longitud de la pieza y sobre la que se ha esculpido la serie de motivos ornamentales que decoran todo el friso. La mitad superior presenta una sucesión de círculos que contienen rosetas hexapétalas, la primera tallada a bisel y otras de pétalos macizos, una cruz y un motivo solar de rayos curvos. Sin embargo la decoración de la mitad inferior muestra una composición completamente diferente al representase un esquemático roleo (una línea ondulada) con los clásicos racimos triangulares de uvas dispuestos de forma alternante, muy similar a motivos del cancel visigótico de San Isidoro de León o de los frisos exteriores de la iglesia burgalesa de Quintanilla de la Viñas.