Columna de opinión de la periodista y guía turística Naide Nóbrega
Hace unos cuantos meses, en un encuentro literario en Palencia, escuché al escritor uruguayo Pablo Vierci, autor de la novela en que se basa la exitosa película La Sociedad de la Nieve, que “la gente criada con afecto a la orilla del mar tiene un carácter especial”. Se refería a una gente abierta, cariñosa, a quien le gustan los abrazos, la proximidad, el contacto. Gente a la que las emociones se les nota en la piel.
Desde aquella tarde he dado más de mil vueltas sobre el tema. He pensado en la tierra de donde vengo, también en los destinos de playa de España, incluso pasé a estudiar un poco a la gente procedente de destinos de costa que llega a la Oficina de Turismo donde trabajo.
Pasada esta pequeña investigación, debo concordar con Vierci. Esta agua infinita, pienso yo (nacida y criada a menos de 5km del Atlántico), influye de forma significativa en nuestras formas de ver y vivir la vida. Es como un tatuaje que se lleva dentro y no se ve. Pero sí se siente. O todo lo contrario, que se ve muy fácilmente.
Por otro lado, creo que el secreto no está en el propio mar, sino en el agua. Esta misma agua de la que estamos hechos. Y de la que se compone nuestro planeta azul.
El domingo pasado subí con la familia al pantano de Aguilar de Campoo, a ver cómo habían quedado las recientes mejoras en la infraestructura de la playa y, por supuesto, disfrutar de un día de sol en uno de los sitios más bonitos de Palencia. ¡No tenéis ni idea de cuánto lo disfrutamos! Podría estar aquí hasta mañana contando todo lo bonito que se puede vivir por allí. El paisaje. El agua buenísima. La arena blanquita. Un niño intentando levantar su cometa desafiando los vientos libres mientras sus hermanos jugaban al voleibol.
Por otro lado, unos franceses encantados con un sitio absolutamente mágico tenían su autocaravana aparcada en la estupenda área de camping casi enfrente. Otra familia enorme, con cuatro generaciones presentes, disfrutaba los rayos del sol en la cara cuando ya hacía hasta fresco (yo, friolera, pedí una mantita), mientras en algunos puntos de la provincia había gente reclamando de un calor que ya podría marcharse.
El agua, mansa, invitaba a un chapuzón. La montaña y sus nubes invitaban a un viaje por la imaginación. Un poquito más arriba, el Viarce Playa, un chiringuito de los más encantadores que ya conocí, nos incitaba a tomar unos vinos, unas cervezas y degustar buena comida. Es un sitio lleno de detalles, incluyendo la buena música y esas vistas que enamoran.
Así que fue allí, el en embalse de Aguilar de Campoo y en el Viarce, donde volví a acordarme del escritor Vierci (os juro que el parecido de los nombres es mera coincidencia). Busqué al dueño del local, que hace ya muchos años lo gestiona cada verano (esta temporada hasta el 16 de septiembre, ¡disfrutad!) y fui acogida con cariño, simpatía y proximidad. Cosas de esta gente que está allí, cerquita del mar. ¡Ups! Digo, de este pantano, que fácilmente puede ser nuestro océano de oportunidades. Como el Mar de Campos también lo puede ser si así lo deseamos.
Respiré este aire puro de la Montaña. Vi a mis hijas felices creciendo con afecto a orillas del Pisuerga. Disfruté de la mejor playa del mundo. Porque es de Aguilar. Porque es palentina. Porque es nuestra. Y porque sí.
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