Los voluntarios del Centro Asistencial Hermanas Hospitalarias de Palencia se convierten en la segunda familia de los internos
A. Míguez / ICAL
Emplean su tiempo en ayudar a los demás, sin embargo los voluntarios del Centro Asistencial Hermanas Hospitalarias de Palencia insisten en que “reciben más de lo que dan”. Llevan esa solidaridad en su ADN y su visita es como un rayo de luz. Hacen compañía a los internos, comparten aficiones y lloran cuando llega el momento de la despedida. Su apoyo se vuelve más esencial si cabe durante la Navidad ya que muchos de los usuarios del centro tienen a sus familiares a miles de kilómetros de distancia.
Es entonces cuando se crean lazos inquebrantables, como señala Cecilia Presa, la coordinadora de los voluntarios del centro asistencial, que lleva 23 años ayudando a los que más lo necesitan. “El voluntario es esa persona que se convierte en familia y viene de visita cada día de la semana. Tenemos talleres de baile, teatro, de cultura o de miscelánea”, explicó al tiempo que destacó como los voluntarios, en función de las patologías de los internos, también los acompañan en el exterior. “Si no fuera por su labor, muchos de ellos no podrían salir a la calle porque no pueden hacerlo solos. De esta forma les llevan al cine, a la discoteca, a cenar o ahora en Navidad, a ver belenes o disfrutar de las luces”. “No sabes lo que es oírles decir que solo viven para recibir la llamada de su madre y para esperar la llegada de la voluntaria y poder salir. Es una alegría y algo importantísimo para ellos”.
Reme Presa lo sabe bien. Ella tenía apenas nueve años cuando acompañaba a sus padres a ejercer labores de voluntariado. “Empezamos en el centro San Juan de Dios. Mis padres acudían para organizar o simplemente alegrar las fiestas del centro y yo lo que hacía era bailar”. Ahora, y siguiendo la estela de lo que hacía cuando todavía era una niña, se ha hecho cargo del taller de baile del centro Hermanas Hospitalarias. Lo vivió en casa desde pequeña, continuó con la tradición y también se lo inculcó a sus hijos. “Todos en mi familia somos voluntarios”. De hecho, su marido está al frente del taller de fútbol. “Cuando sale del trabajo viene un par de horas, organiza pequeñas ligas entre centros y también a él le sirve de liberación”.
Reme cree que el de su marido es el mejor ejemplo para demostrar que para ser voluntario “no se necesita tener mucho tiempo libre” y, a su juicio, es solo cuestión de organizarse. “No te exige más tiempo de lo que puedes dar. A lo mejor solo puedes venir una vez al mes pero eso, que parece poco, para los internos es un mundo”, señaló.
Al igual que ella, Fernando del Campo lleva muchos años como voluntario y también empezó ayudando en el centro San Juan de Dios, “Recuerdo que acababa de cumplir los 18 años. Mi padre era amigo de uno de los responsables de la congregación y comencé sirviendo comidas. Ahí me entró ese gusanillo que dura hasta el día de hoy”. “Son muy agradecidos. Te dan las gracias por llevarles y traerles pero somos nosotros los que debemos darles las gracias a ellos”, remarcó.
También Toña Rodríguez se siente en deuda con ellos. Reconoce que aunque muchas veces había pensando en dar ese paso, no fue hasta que enviudó hace 18 años, cuando finalmente se animó y se convirtió en voluntaria. “Me apunté inmediatamente y ahora vengo dos veces por semana”, explicó. Su labor consiste en acompañar a los usuarios, pasear con ellos e incluso ver partidos de fútbol. “No es plato de buen gusto pasar frío en el campo pero lo hago por ellos. Les preparo un bocadillo de tortilla y pasamos la tarde. Les encanta”.
Reconoce que se adapta a los gustos de los internos a la hora de diseñar los planes. “Hay un hombre aquí al que le encanta ir a recoger ramas caídas mientras que otros prefieren ir a tiendas de ropa. Con todos se me pasa el tiempo volando. Incluso alguna vez me han puesto multa porque me he pasado de las dos horas límite de aparcamiento”, bromea al tiempo que insiste en que el voluntariado se ha convertido en una forma de vida”. Ya no podría seguir adelante sin esos besos y abrazos. Son una continuación de mi familia”.
Esa necesidad de ayudar a los demás, es lo que también animó a Nines a convertirse en voluntaria del centro Asistencial y ya lleva más de dos décadas haciéndolo. En su caso se queda con el cariño que recibe por parte de los usuarios. “Muchos días incluso, como saben que vienes, te están esperando ya en la puerta”. “Les veo frágiles, vulnerables y con mucha necesidad de cariño porque a veces no tienen a nadie o las familias no pueden venir”.
Después de tantos años, todos ellos se han convertido ya en una “gran familia” pero es importante también que las nuevas generaciones se animen a seguir su camino. Actualmente hay mucha gente joven como voluntaria en Hermanas Hospitalarias y suelen trabajar directamente con los mayores como forma de “contagiarles” su vitalidad. “Cuando vienen, los internos tienen la sensación de estar viendo a sus nietos y, aunque no lo son, les da la vida poder jugar con ellos al dominó o colorear una lámina”, explicó la coordinadora de voluntarios que destacó además como muchos jóvenes encuentran en el propio centro su vocación y deciden estudiar para poder convertirse en trabajador social y “seguir ayudando”. De hecho, a lo largo de los años muchos voluntarios han acabado formando parte de la plantilla del centro. “Y ni aún siendo trabajadores, dejan el voluntariado. Prefieren compaginarlo. Es muy gratificante”, concluyó.