Exterior cerrado de la Mina María Luisa, en Barruelo de Santullán. / Brágimo (ICAL)

Las minas dejaron una huella imborrable en el paisaje que ahora es posible aprovechar para dinamizar esas zonas a través del turismo

A. Míguez / ICAL

Carmen es vecina de Barruelo de Santullán y no puede evitar que se le llenen los ojos de lágrimas al dirigir su mirada hacia la ladera donde se encontraban las antiguas minas de carbón de la montaña palentina. Era una niña cuando veía marchar a su padre a trabajar y recuerda cómo temblaba al oír las sirenas que alertaban de un posible accidente en las minas. Lo vivió desde pequeña y esos recuerdos son imborrables, al igual que lo es la huella que la minería ha dejado en el paisaje.

Las de Palencia fueron de las últimas en desaparecer y su desmantelamiento supuso decir adiós a más de 170 años de historia. Su cierre dejó huérfanas a las comarcas mineras aunque todavía a día de hoy, existe esa tradición y ese sentimiento minero. La vida de estos pueblos giraba en torno a la minería y su legado sigue vivo. Las viejas minas siguen ahí, bajo nuestros pies, aunque estén selladas, inundadas o con desprendimientos. También las antiguas construcciones que se utilizaban para la extracción o quema del carbón. Infraestructuras casi todas ellas abandonadas, golpeadas por el paso del tiempo e incluso derribadas.

La cuenca del Rubagón es una de las zonas con más historia minera en pie y sus gentes todavía se estremecen al escuchar hablar del pozo calero, uno de los más peligrosos de todo el país. Son recuerdos de una época y forman parte del patrimonio industrial de la provincia. Cuando las minas se cerraron para siempre también quedaron en el olvido las escombreras, los barracones, los castilletes, las centrales eléctricas o los lavaderos. “Es lógico que los vecinos se pregunten qué hacer con todo eso y en muchos sitios se han sabido reutilizar para generar oportunidades”, explicó Gumersindo Bueno, director del área de Paisaje y Sostenibilidad de la Fundación Santa María la Real, que insiste en la necesidad de conservarlo y ponerlo en valor. “Son recursos frágiles. Las infraestructuras suelen ser de hierro que se achatarran con facilidad y están expuestas al vandalismo o deterioro aunque todavía estamos a tiempo de salvarlo”.

Una memoria perdida

Algo que, sin embargo, ya no es posible para toda esa documentación propia de la actividad minera como los archivos o los planos del interior de las minas. Eso fue lo primero en desaparecer tras el cierre de las explotaciones y, si nada o nadie lo impide, “en tan solo una o dos generaciones se puede haber perdido toda la memoria y el patrimonio inmaterial que surgió vinculado al sector minero”.

Pese a todo, es optimista y reconoce que las nuevas generaciones empiezan a ver una oportunidad en la reutilización de esos elementos y parecen estar dispuestas a darles una segunda vida logrando además “generar identidad, pertenencia al territorio y nuevos negocios culturales o turísticos”.

Así se demostró, por ejemplo, con la creación del Centro de Interpretación de la Minería de Barruelo de Santullán, el aprovechamiento de las Médulas o la reconversión de la que fuera la primera central térmica de Ponferrada en el actual museo de la energía bautizado como ‘La Fábrica de Luz’. “Cada lugar tiene su especificidad pero todos tienen en común que son elementos de atracción para las personas interesadas en la historia de la industrialización, el patrimonio industrial y el paisaje generado”, explicó Bueno al tiempo que incidió en que “lo que no se conoce y no se usa, no se valora”.

Asombro por el trabajo minero

Una idea que comparte Fernando Cuevas, historiador y responsable del Centro de interpretación de la Minería de Barruelo de Santullán donde ha sido testigo del asombro de las nuevas generaciones al conocer el peligroso trabajo que realizaban los mineros en lugares “angostos”, con polvo, falta de luz, rodeados de gases tóxicos e incluso con escasez de oxígeno. “Los accidentes y enfermedades como la silicosis eran algo habitual en los mineros pero cuando les hablas de estas condiciones a los más jóvenes piensan que te refieres a una época mucho más antigua y no es así. Ocurrió hace apenas 20 años”.

Lo cierto es que hasta el último día se siguió trabajando en condiciones muy duras pese a que todo fue evolucionando. Así lo recuerda el exminero palentino, Felipe García, que empezó a trabajar en la mina en la década de los 80 cuando la extracción del carbón era manual y requería de un gran esfuerzo físico. “Cargábamos los vagones a mano pero con el paso de los años las máquinas lo fueron haciendo todo un poco más fácil y seguro”. Tampoco ha podido olvidarlo Jesús, otro de sus compañeros. Apenas había cumplido los 17 años cuando empezó a trabajar en las minas y, a su juicio, la profesión de minero requiere de “experiencia y especialización”.

Cierre

También la minería formó parte de la vida de Marcelino Gutiérrez. La heredó de su abuelo y, además de trabajar en la mina de San Cebrián en Palencia, él fue el último en abandonar la de Peragido en Barruelo de Santullán. De hecho, fue el encargado de tabicarla para que nadie pudiera acceder nunca más a su interior. Aún recuerda con impotencia cómo se anunció el fin de la minería y cómo se señaló en el calendario la fecha límite para su desmantelamiento. Fue la crónica de una muerte que, no por ser anunciada, fue menos dolorosa.

Ese dolor, ese día a día de los mineros y todas esas experiencias son las que también ahora hay que proteger. Por eso, desde este centro de interpretación se trabaja diariamente por conservar esa herencia inmaterial. “Hemos procurado patrimonializar fiestas como Santa Bárbara (declarada de interés turístico regional en el 2022) para que su continuidad esté garantizada”. Pese a todo, cree que el futuro pasa por hacer que las nuevas generaciones “lleguen a sentir como suyo el patrimonio minero heredado de sus mayores”.

Barruelo arranca Santa Bárbara con una jornada de la Matanza y con la vista puesta en las procesiones nocturnas

Para conseguirlo, es importante “ser imaginativo” y tener en cuenta las peculiaridades de cada territorio aunque las iniciativas de los demás “sirvan de inspiración”. “Debemos ir de la mano de la sostenibilidad ambiental, económica y tratando de no hipotecar el futuro”, remarcó Cuevas.

Destacó, además, la labor que se realiza en este sentido desde la Asociación para la recuperación del Patrimonio Industrial (ARPI) de la que forma parte. “Además de aportar dinero para adquirir bienes patrimoniales mineros, buscamos ayudas públicas que permitan recuperarlos. Así lo hemos hecho con algunas viviendas obreras o con parte de las instalaciones del pozo Rafael en Vallejo”. Su objetivo no es solo salvar ese patrimonio sino reconvertirlo en una oportunidad y en un verdadero recursos turístico para unas zonas ya de por sí muy castigadas tras la desaparición del sector minero.

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