Hasta el 7 de enero se mantienen las exposiciones principales de las salas 1 y 2, de Ana Teresa Ortega y Charles Simonds. Las piezas audiovisuales y el paisaje sonoro se dedican a Pepe Espaliú, Mireya Masó, Patricia Johanson y Hildegard Westerkamp desde el jueves
La Fundación Díaz Caneja, en su nueva etapa, consagra su ámbito de actividad al arte en torno al paisaje, el medioambiente y la ruralidad, en una conversación que se establece, temporada tras temporada, entre las obras plásticas que se exhiben en sus salas principales, junto con propuestas audiovisuales o el área de Paisajes Sonoros, una de las novedades más curiosas que podemos disfrutar ya desde primeros de este año.
Arte y naturaleza (y viceversa): la declaración de intenciones de la Díaz-Caneja en su nueva etapa
Temporadas como la que comienza este jueves, 30 de noviembre, cuando se presentarán las obras que se exhibirán hasta el 7 de enero en los apartados Espacio Vídeo, Auditorio, Naturaleza Invitada y Paisajes Sonoros, mientras que las colecciones que hasta ahora podían verse en las salas 1 y 2, se prorrogan hasta esa misma fecha.
Espacio Vídeo: PEPE ESPALIÚ. El nido (Arnhem, Holanda), 1993
Colección MUSAC, León. La segunda mitad de los ochenta y el inicio de los noventa del siglo XX pasará probablemente a la historia, entre otros asuntos, como un periodo de agitación política en relación al Sida. El artista Pepe Espaliú contrajo el VIH en 1990, e impulsó una serie de acciones y esculturas bajo el nombre Carrying. En 1993 con motivo del festival Sonsbeek, celebrado en la ciudad holandesa de Arnhem, Espaliú hizo de su propio cuerpo, una obra en forma de performance que tituló El Nido. El artista hizo construir en torno al tronco de un árbol, en lo alto, una suerte de tarima octogonal en donde se subió y ejecutó durante unos días la misma acción: mientras daba vueltas se iba despojando de la ropa hasta quedar desnudo. Su vestimenta, al cabo de siete días, formaba una suerte de nido con prendas que habían dado calor al cuerpo del artista. Espaliú, que murió de Sida dicho año, proponía con esta acción una reflexión sobre la fragilidad del cuerpo y también acerca de la solidaridad con los propios enfermos, excluidos sociales, sin olvidar la necesidad política de una conciencia crítica.
Auditorio – Mireya Masó. Témpanos de luz, 2006
Colección ARTIUM, Vitoria-Gasteiz. El trabajo de esta artista es el resultado de dos meses de estancia en “Base Esperanza”, un observatorio científico del ejército argentino situado en una bahía entre dos glaciares de la Antártida. Accediendo a este lugar la artista buscaba una experiencia voluntaria limítrofe sobre la representación del mundo. Mireya Masó sabía desde el principio que se encontraba en un lugar donde se reta a los mecanismos de percepción humanos, e incrementa estas extrañas sensaciones mediante un montaje audiovisual que evita la linealidad narrativa. Por una parte, selecciona una imagen cada 30 segundos, con su correspondiente sonido, como forma de potenciar esa idea de visión entrecortada que la propia naturaleza ofrece, por otro, potencia la noción de temporalidad suspendida, al ralentizar la imagen mediante un encuadre lento que permita a la luz pasar por delante y hacer aparecer ante nuestros ojos lo que no siempre podrían percibir en el escenario real.
Naturaleza Invitada – Patricia Johanson. Fair Park Lagoon (Dallas, Texas) 1981 / 1969-2012
Colección CDAN, Centro de Arte y Naturaleza de la Fundación Beulas. Huesca. Los proyectos artísticos de Patricia Johanson están diseñados para parques públicos situados en ciudades con el objetivo de reconvertir ambientes degradados mediante el diseño y el urbanismo. En 1981 recibió el encargo del Museo de Arte Moderno de Dallas, Texas (EE.UU.) de revitalizar una antigua zona de marjales. La laguna del Fair Park fue depurada y se introdujeron la fauna y flora original para reavivar y equilibrar la cadena alimentaria. Al mismo tiempo, se diseñaron una serie de senderos, puentes y bancos, cuyas formas se inspiraban en las plantas acuáticas. La artista realiza dibujos estéticos, ecológicos y funcionales que utilizan el arte y el urbanismo para reconstruir ecosistemas degradados, creando paisajes culturales que también son biológicos. Su obra es un intento de reconciliar el arte medioambiental y la función social.
Paisajes Sonoros – Hildegard Westerkamp – Talking Rain, 1997
Cortesía CBC Radio, Vancouver (Canadá). Esta artista, nacida en Alemania, pero emigrante muy joven a Canadá, fue una de las colaboradoras más jóvenes del World Soundscape Project y autora en 1974 de un ensayo fundamental: Paseo Sonoro. En esta pieza, creada para el medio radiofónico, la creadora compone con grabaciones propias y otras ajenas, un retrato de la Columbia Británica utilizando la lluvia. En realidad, la lluvia no produce ningún sonido excepto al chocar, lo que transforma en sonoros todos los elementos de un paisaje. El resultado aparentemente directo oculta un auténtico virtuosismo, pues el sonido de la lluvia, uno de los más amados por los seres humanos y probablemente uno de los sonidos primordiales es también uno de los más difíciles de grabar. De hecho, puesto que la imagen mental del sonido de la lluvia es algo muy diferente de lo que registra el micrófono, partiendo del material original, cada uno de los elementos están compuesto para despertar la memoria de una sensación y de un recuerdo…
Sala 1 – Cartografías Silenciadas y De trabajos forzados (Ana Teresa Ortega):
La obra de Ana Teresa Ortega reflexiona sobre los medios de comunicación como territorio de dominación y su efecto en una sociedad que ha olvidado como se piensa históricamente, el tema del exilio como evocación alegórica de diversas formas de olvido y exclusión, así como la disolución de la memoria de la historia que, desde diferentes estrategias discursivas, incide en cómo nuestra cultura se ha construido y se construye en buena medida sobre la desmemoria, sobre el olvido intencionado.
Estos temas van a ser tratados de manera reiterada y constituyen la piedra angular de su trabajo, tal y como se ve en las series Cartografías Silenciadas (2006-2014) y De trabajos forzados (2014-2019) que componen esta exposición. Cartografías silenciadas consiste en una documentación de los espacios utilizados por el franquismo para ejercer la represión durante la Guerra Civil y la posguerra hasta el año 1970 Escuela, seminarios, conventos, iglesias y plazas de toros se habilitaron como campos de concentración, colonias penitenciarias militarizadas o emplazamientos de fusilamientos masivos. Nada en estos lugares hace pensar ahora en aquella maquinaria represiva ejercida con violencia física y psicológica. Sólo en alguno, una placa recuerda lo que fueron.
De trabajos forzados en la segunda serie que se presenta en esta exposición. Pantanos y represas, la ampliación de la red ferroviaria y de carreteras, viviendas de protección oficial, incluso algunas cárceles como la de Carabanchel y otras obras públicas fueron construidas durante el franquismo por presos políticos que la dictadura había convertido en mano de obra forzada. Al finalizar la Guerra Civil el Patronato para la Redención de Penas por el Trabajo se convirtió en pieza central de un sistema carcelario que hacinaba más de 250.000 personas. Mediante este sistema, el Estado, algunas empresas privadas y la Iglesia sometían a los presos a trabajos forzados apropiándose hasta del 75% del salario que percibían a cambio de redimir parte de su condena. En 1970 se cierra el último de los destacamentos penales que durante más de 30 años vinieron funcionando en España.
Sala 2 – Cuerpo y arcilla 1970-1973 (Charles Simonds):
Esta exposición plantea un recorrido por los temas centrales de la obra del artista norteamericano Charles Simonds: el cuerpo, la morada, el mundo, el espacio o el tiempo. La muestra se compone de sus conocidas dwellíngs, sus películas performance y sus trabajos escultóricos posteriores. El artista crea paisajes en miniatura y edificios con reminiscencias de la geología del área de las montañas rocosas y de las construcciones de los “Indios pueblo” del Estado de Nuevo México. De niño, Simonds quedó impresionado por su primer encuentro con esta comunidad indígena. Las formas de sus asentamientos arquitectónicos repercuten en diversas “moradas” y “lugares rituales” creados por Simonds a partir de la década de los setenta. Los dwellíngs, como fueron llamadas estas piezas, eran moradas de una población nómada, imaginaria y huidiza, los “líttle people” (gente pequeña) que el artista creó en su imaginación. Empequeñecidas por la escala, las casas se convierten en miniaturas conmovedoras, en un estado microscópico, como en la película Landscape <–> Body <–> Dwelling (1973) (Paisaje Cuerpo Morada, 1970) donde el artista utilizó su propio cuerpo como base para la construcción de una casa, realizada con diminutas estructuras de ladrillos de arcilla. Los edificios enanos que Simonds erigió en Manhattan y en otras ciudades por todo el mundo eran una réplica silenciosa a la enorme altura de los rascacielos y otras pretensiones desproporcionadas de la arquitectura y urbanismo del siglo XX.
La arcilla, a menudo sin cocer, es su material de firma que el artista utiliza desde sus años de formación. El barro simboliza lo arcaico, táctil, modesto, metafórico y artesanal, todo lo contrario de la arquitectura de la modernidad Su trabajo comienza a tomar cuerpo en un tiempo en el que la comunidad artística norteamericana se ve obligada a preguntarse sobre las formas de representación tradicional del arte y la conveniencia de utilizar circuitos de difusión alternativos a los establecidos. Algunos artistas buscaron esta posibilidad en el land art o la performance.
Simonds, aunque participó de estos presupuestos, escogió un camino diferente: el de la miniaturización y ubicación de sus obras. En piezas posteriores reflexiona sobre la arquitectura y los sistemas de pensamiento que la sustentan para terminar interrogándose sobre la relación entre la obra y el artista, introduciendo de forma gradual la figura humana en sus creaciones.