Por Marta Sastre Barrionuevo (Periodista / Piloto)
Me gustaría aprovechar este huequito que el señor director de nuestro periódico palentino tuvo a bien cederme en su día para recomendarles un viaje.
En realidad no es un viaje, es una búsqueda. Sería como la búsqueda del Santo Grial pero sustituyéndolo por la Aurora Boreal.
Confieso que me atrae el frío, el Polo Norte sería mi viaje ideal, pero si hay algo que persigo desde hace varios años es la inmensa belleza de observar la aurora boreal en familia.
Afortunadamente, he sido testigo de ella desde la cabina del avión, en uno de nuestros vuelos de Londres a Los Ángeles sobrevolando Groenlandia. Es una experiencia tan sublime que se me antoja imposible expresarla con palabras, así que permítanme compartirles el momento en imagen.
La semana pasada iniciamos nuestra particular persecución de este año en Noruega.
Ya les anticipo que no lo conseguimos pero la experiencia ha sido tan mágica que ha merecido la pena. Error pensar que la Aurora Boreal se puede ver en cualquier latitud del País. Tras muchas conversaciones con los poco oriundos de la zona, llegamos a la conclusión de que las posibilidades de que este hecho se produzca en esta parte del mundo es mínima.
Elegimos el Sur de Noruega, a dos horas del aeropuerto de Oslo Torp. Estuvimos en un ABNB con vistas a uno de los 1700 Fiordos del País. Nos sorprendieron muchas cosas.
La primera, los colores de las casas, en su mayoría rojas y blancas, casi todas con la bandera Noruega. Eran como casitas de Hansel y Gretel, con grandes ventanales carentes de cortinas o persianas, que te permitían observar lo que ocurría en su interior.
En el pasado apenan existía variedad de colores para pintar las casas. El amarillo era una de las escasas opciones que tenían las familias y solo se lo podían permitir los que tenían un bolsillo más o menos boyante. Al resto no le quedaba más remedio que decantarse por un rojo de Falun que así se llama ese color tan bonito que hoy atrae todas nuestras fotos. En realidad no es pintura, se trata de un pigmento extraído de los residuos de una mina de cobre con el mismo nombre ubicada en Suecia y que abasteció durante 1.000 años a toda la región.
El fiordo en el que nos alojamos era precioso pero el pueblo parecía un pueblo fantasma. De hecho, me acordé de nuestros pueblos palentinos, que cada día están más vacíos pero que se vuelven a llenar de vida en verano.
En fin, se me acaba el espacio de esta columna pero en breve les contaré la segunda parte de nuestra búsqueda incesante. El Norte de Noruega, dónde las noches son eternas y el frío se convierte en tu compañero de viaje.
Con P de pintura, porque hasta en la pintura de una casa podemos adivinar la historia de una familia.