Pasión turca Mara Sastre

El arte de envejecer

Hace un par de semanas mi amiga Olga me mandó un link para escribir una carta a los ancianos que viven solos en las residencias.
Esto, como siempre, me hizo reflexionar, de hecho estuve todo el día investigando sobre el tema. ¿Cómo es posible que haya gente que no tiene a nadie que les haga compañía en Navidad?
Corrijo: ¿Cómo es posible que haya personas que no tienen a nadie en estas fechas tan señaladas?
Pues… ¿quieren ustedes saber el porcentaje de ancianos que no tienen visitas durante todo el año? La friolera del 60%. Me lo repito una y mil veces y todavía no soy capaz de digerirlo.
¡Pero que panda de desagradecidos somos! ¿En serio la gente se ha olvidado de todo lo que han hecho sus padres por ellos?
¿Que habrá excepciones en las que los progenitores hayan sido unos canallas con sus hijos? Vale, se lo compro, ¿pero un 60%?
Es que estoy hablando de que esa enorme cantidad de indocumentados ingratos no son capaces ni de hacerles una llamada para ver qué tal se encuentran.
Les juro que no me gusta prejuzgar. Al fin y al cabo ¿qué sé yo de las circunstancias que rodean a cada individuo? pero, por favor, aprendamos a apreciar el esfuerzo que han hecho por nosotros.
Estamos en una sociedad en la que parece que hacerse mayor es un pecado. Nos incitan a “plancharnos” las arrugas y a teñirnos las canas. De repente nuestras conversaciones se empiezan a catalogar como las del abuelo cebolleta. Poco a poco nos empiezan a apartar porque molestamos, nos ningunean.
Pues ¿saben qué les digo? Me niego, me niego rotundamente a permitir que nuestra experiencia en la vida se catalogue de aburrida. La experiencia es como la historia, un instrumento que sirve a los que están estrenando la vida a entender lo que pasa, a anticiparse, a resolver los problemas.
Mis hijos me dicen siempre que tengo poderes. “¿Cómo puede ser que siempre sepas lo que va a pasar?” Pues porque más sabe el diablo por viejo que por diablo. La vida no es un invento del siglo 21, en mi siglo (el 20) la vida ya existía y pasaban más o menos las mismas cosas.
En las tribus de eso que damos en llamar el Tercer Mundo, el jefe del poblado es el mayor y todo el mundo le pide consejo y le rinde pleitesía.
Y ya lo decía mi admirado gruñón Arthur Schopenhauer en su libro “El arte de envejecer”. “Lo que hace sociables a los hombres es su incapacidad de soportar la soledad”.
Así que en esta Navidad permítanme por favor que les pida algo. Respeten, escuchen, quieran a sus padres si tienen la grandísima suerte de tenerlos, eríjalos en los jefes de su tribu. Al fin y al cabo, en esta aventura que llamamos vida, no hay segundas oportunidades.
Con P de Por favor y que tengan una Feliz Navidad y un 2023 maravilloso para todos.

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