Ángel de la guarda
Os voy contar algo que me ha ocurrido hace pocos días, y es que a veces hay pequeñas cosas que te hacen seguir creyendo en el ser humano y, sobre todo, cuando uno con el paso de los años va acumulando disgustos, decepciones y viendo cómo en esta sociedad moderna nos movemos por nuestro interés personal sin pensar que vivimos en una comunidad y que deberíamos tener en cuenta el estado de nuestros vecinos, especialmente en aquellas personas que nos rodean a diario.
Pues bien, la mañana del jueves 17 de noviembre me acerqué a la redacción de Palencia Invierte y después de varias vueltas conseguí aparcar, concretamente en la calle Don Miró, muy cerquita de esa fantástica torre de San Miguel que me tiene enamorado. Bajé con prisa de la furgoneta, como de costumbre, y camino de la redacción comencé, como buen amante de la tecnología, a poner el ticket de la O.R.A con la aplicación telpark por haber aparcado en zona azul. Justo cuando estaba a punto de terminar el proceso vi que dentro de la oficina había venido alguien muy cercano y especial para nosotros y fui con mucha emoción a saludarla y comencé a hablar con ella, pasamos a un despacho y se me olvidó terminar el proceso digital de validación del ticket. Pasados unos 30 minutos me vino a la memoria la dichosa furgoneta y me di cuenta que no culminé la validación del estacionamiento !!!Ufff!!! me entró un enorme cabreo y salí corriendo y muy enojado conmigo mismo al ver la previsible e inevitable multa.
Al acercarme a la furgoneta del Palencia Invierte veo la silueta de un papelito blanco en el parabrisas delantero. Mis temores se confirman e intuyo que me han puesto una multa de 60€ (por culpa mía por el descuido). Como os podéis imaginar los últimos pasos son de un cabreo mayúsculos y tremenda rabia conmigo mismo.
Cuál es mi sorpresa que al llegar junto al parabrisas veo que ese papelito rectangular blanco, que de lejos parecía mi merecida multa, era un ticket de la hora que alguien, silenciosamente y de manera altruista, había puesto por mí, con mi matrícula por importe de 30 céntimos y me había evitado una justa e implacable multa de 60€.
En décimas de segundos mi cuerpo pasó de un terrible cabreo a un sentimiento de agradecimiento y alegría. Miré a ambos lados y pregunté a la gente que andaba por allí pero nadie había visto nada… Yo quería dar las gracias a ese “ángel de la guarda” que tan generosamente y en silencio había hecho eso por mí al ver que me iban a multar la furgoneta del Invierte. Él fue rápido a hablar con el agente, metió en la máquina 30 céntimos e introdujo mi matrícula evitándome así la merecida multa.
Fijaros que fácil y a la vez que grande fue ese detalle de ese ángel de la guarda anónimo que con ese pequeño (gran) gesto hizo que mi mañana tomara otra aptitud y percepción del ser humano, me hizo darme cuenta de nuevo que sigue habiendo muy buena gente por el mundo.
Qué sencillo y cómodo sería nuestra vida diaria si nos paráramos a pensar un poco más en los demás y dedicáramos más tiempo en ayudarnos los unos a los otros en nuestro día a día. En tener más complicidad y generosidad con los que nos rodean.
Seamos más ángeles de la guarda de nuestros convecinos.
Hagamos de este mundo un lugar más humano y habitable con pequeños gestos que hacen que la vida sea grande y merezca la pena ser vivida.
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