Premiados en la trigésimo sexta edición del Aguilar Film Festival
Foto: Ical

Un artículo de opinión de David Sánchez, a propósito de la celebración del evento ‘El día más corto’, el sábado 21 de diciembre

Hablar de cortometrajes y festivales dedicados a ellos es, sin duda, un tema complicado. Mientras que el Festival de Cannes brilla con su glamour, pocos recuerdan a los ganadores de la Palma de Oro en cortos. Incluso los cortos ganadores en los Oscar, como el caso en que un español logra la hazaña de llevarse una estatuilla al mejor corto de animación, la atención mediática de la prensa española puede desviarse hacia otros temas, como el famoso bofetón de Will Smith. Es triste que el talento de figuras como Alberto Mielgo quede eclipsado por anécdotas que poco aportan al cine, un claro reflejo de la poca importancia que, a veces —por ser benévolos—, tienen los cortometrajes en España y fuera.

En este contexto, festivales como Clermont-Ferrand, el “Cannes de los cortos”, apenas resuenan fuera de su ámbito especializado. Quizás la ciudad sea más conocida por ser la central mundial de Michelin que por ser un referente del cine corto. Algo similar ocurre en España: mientras el Festival de San Sebastián tiene un lugar en el imaginario colectivo, Aguilar de Campoo, en el que me centraré por haber sido el último en el que he participado, suena más por sus galletas que por su festival de cortometrajes, aunque bien podría ser el “San Sebastián de los cortos”.

Y es que los cortos siguen estando injustamente infravalorados. Sin embargo, tienen una magia única. Al salir de una proyección de largometrajes, la pregunta suele ser: “¿Te gustó o no?”. En cambio, tras una sesión de cortos, la conversación gira en torno a “¿cuál te gustó más?”, un enfoque siempre positivo. Esa diversidad y capacidad de cautivar a quienes los descubren es lo que hace de los cortos una experiencia fascinante.

Desde mi perspectiva como residente en Francia y castellano franco-español, he notado cómo este país eleva al máximo sus aspectos culturales, comenzando por convencer con pasión y calidad al público local, después al nacional, y finalmente trascendiendo fronteras. Logran que incluso lo que parece imposible de vender encuentre su nicho. La cocina, la moda, los museos parisinos y, por supuesto, el cine francés tienen una reputación ganada con esfuerzo, apoyada por instituciones como el CNC y su famosa política de excepción cultural (“l’exception culturelle”), que desde 1993 trata a la cultura de manera diferente a otros productos comerciales. Vamos, que aunque no dé dinero, tiene un valor intangible y cultural, al igual que los colegios públicos no están para ganar dinero.

En Castilla y León, hay festivales de cortos que se esfuerzan por seguir ese ejemplo francés, acercando con pasión la cultura primero a los habitantes locales, luego a la región, al país y, en casos como el de Aguilar de Campoo, incluso al mundo. Además de Aguilar, otros muchos municipios de Castilla y León y del resto de España nunca dejarán de sorprenderme. En ocasiones, no logro comprender la dimensión de la dificultad que es organizar un festival: el esfuerzo de sus responsables es titánico, hablando con gobiernos, patrocinadores, invitados, gestionando permisos para poner películas, voluntarios, trabajadores, transporte, prensa… Cada festival tiene su importancia y, por lo general, para sus respectivas localidades, el suyo siempre será el más especial. Es como para una madre o padre: no tiene hijo feo.

En Francia, los festivales que ocurren en ese país se consideran los mejores, no porque lo digan los países vecinos, sino porque los propios franceses lo creen firmemente. Esto hace que los festivales más importantes del mundo en cine de animación (Annecy), cortometrajes (Clermont-Ferrand) o cine en general (Cannes) estén en Francia. Ese convencimiento impulsa una pasión que se traduce en excelencia y en un esfuerzo por hacer la “vulgarisation” del cine, es decir, hacerlo accesible a todos. Cannes, con todo lo elitista que podría aparentar con su alfombra roja, focos y cámaras, no vende entradas de cine; todas las entradas son gratuitas y se entregan a los acreditados. Si no estás acreditado pero te gusta mucho el cine, puedes presentarte con un traje —en señal de respeto al cine— y es casi seguro que recibirás una entrada de alguien para ver una película en estreno mundial en la famosa sala Lumière con su director y estrellas. Puede ser Almodóvar, Tom Cruise, Harrison Ford… quien toque.

Ese espíritu de dar algo a quienes comparten una pasión también se percibe en Aguilar de Campoo. Ver a ciudadanos locales convertidos en la imagen del festival o al pueblo decorado con retratos de estos “anónimos” es un ejemplo de cómo se intenta hacer accesible el cine y la cultura. Quizás no a todos les gusta el cine o los cortometrajes, pero creo que hay algo universalmente emocionante en ver a tu localidad destacada en los medios de comunicación por algo positivo. Ese “orgullo y satisfacción” inexplicable que provoca el darse cuenta de que lo que estás haciendo importa a otros, y cuanto más lejos, mejor.

Los habitantes de Aguilar de Campoo caben en tres salas de cine del festival de Cannes, en la Lumière, para ser más precisos, con 2300 asientos. Por eso sorprende más la magnitud de su festival: 42 países representados, más de 14 secciones, encuentros con directores —muchos ganadores de un Goya—, y actividades como vermús, masterclasses, mesas redondas e incluso la posibilidad de charlar con los directores en los bares. Parte del encanto del festival es eso: poder, si se quiere, entablar una conversación —y quién sabe si una amistad— tomando una caña.

La repercusión mediática tampoco es menor. Además de los principales medios locales, también los principales medios nacionales han cubierto el festival: RTVE, ABC, Cadena Ser, Onda Cero, La Razón, El Español o La Vanguardia. El festival ha llegado también a ser noticia al menos en 12 países, desde China hasta Brasil, pasando por Reino Unido, Croacia o México, llegando a varios millones de lectores como en el caso del periódico Publimetro (130M), Las2orillas (7M) o Crónica (4M). Esto, que hablen del pueblo de uno, puede generar un orgullo similar al que sentimos cuando Nadal gana ante millones de telespectadores un torneo en Australia o Estados Unidos: quizás no nos afecta directamente, pero siempre emociona.

Un ejemplo curioso podría ser el de Paraguay, cuyos ciudadanos han podido leer en el tercer periódico del país que uno de sus compatriotas es la imagen de un festival de cine en España. ¿Existe mayor integración o hermanamiento que esto? Quizás sí, pero por lo pronto el festival de cortometrajes de Aguilar de Campoo ya ha conseguido afianzar una unión entre pueblos. Este tipo de iniciativas no solo fomentan vínculos entre comunidades, sino que también fomentan el cine, crean posibles vocaciones, ayudan a nuevas generaciones de actores o técnicos a conocer el mundo del cine y generar su red de contactos, generan un impacto económico para la localidad y promueven la diversión, algo más importante de lo que parece.

En un mundo donde los recursos a menudo se gastan en proyectos faraónicos o intereses personales, Aguilar de Campoo apuesta por algo tan vital para el alma como la cultura. Y eso, sin duda, merece todo nuestro reconocimiento.

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