40 años de la 'Guía espiritual de Castilla (I)- Una obra que valía por una editorial
Gonzalo Blanco, fundador y director de Ámbito ediciones en su domicilio de Porquera de Santullán (Palencia)

Gonzalo Blanco, director editorial de Ámbito desde su fundación, en marzo de 1982, hasta 1988, recuerda la gestación de la ‘Guía espiritual de Castilla’, “un libro que no perece, un yacimiento al que recurrir en función de la cultura de tu tiempo”

César Combarros / ICAL
“La ‘Guía espiritual de Castilla’ valía por una editorial. Eso está claro”. Son palabras de Gonzalo Blanco, que dirigió Ámbito Ediciones desde su creación, en los albores de la primavera de 1982, hasta 1988. Desde su refugio en Porquera de Santullán, la localidad de la Montaña Palentina que le vio nacer en 1942, en pleno corazón del Valle de Santullán, el exdominico recuerda la aventura que supuso poner en marcha aquel colosal proyecto, que buscaba “recoger en sus libros la identidad histórica, social y cultural de Castilla y León, pero sin hipotecas ideológicas ni identificaciones políticas concretas, mirando todo desde la comprensión y con un talante liberal para recrear una sensibilidad regional”.

Así se lo contaba en 1982 a ‘El País’, con motivo de la presentación en sociedad de ‘Aproximación histórica a Castilla y León’, de Julio Valdeón, que abría la espita de una editorial estrechamente ligada con el momento histórico en que nació, en la España preautonómica, donde como recuerda ahora era preciso “crear instrumentos o herramientas de identidad” para la ciudadanía. “Ámbito fue una experiencia única en Castilla y León, en el fragor de las autonomías y de las identidades”, rememora Blanco.

Según explica a Ical, la editorial tuvo su caldo de cultivo previo en una suerte de “comunidad obrera” que conformaron en los años setenta “tres dominicos y medio” que compartían un pequeño piso en la calle Hornija, en pleno corazón de Las Delicias, uno de los barrios obreros más icónicos de Valladolid, que entonces “estaba muy vivo, muy caliente y muy desobediente”.

Los cabecillas de aquella comunidad eran él mismo, que centraba sus preocupaciones en asuntos culturales; el padre Carlos Cid, especializado en la abogacía; y Gonzalo González, a quien conocían como ‘Gonzalo Negro’ en contraposición con Gonzalo Blanco “por su tez morena”, focalizado este último en su compromiso con el sindicalismo. El “medio” dominico restante entre los fundadores era Fernando Suazo, que poco después se marchó a proseguir su labor en Centroamérica, más concretamente en Guatemala. Todos ellos contaban con la complicidad de los responsables de la parroquia de Santo Toribio, situada frente a su piso: el sacerdote don Millán Santos y el coadjutor José Luis Arenales, que participaban de su modo de “ver la vida y de actuar”.

Tras salir de aquella comunidad obrera y colgar los hábitos, ya a comienzos de los años 80 es cuando Gonzalo Blanco encuentra un aliado fundamental en el medievalista Julio Valdeón para poner en marcha Ámbito Ediciones. Con su empuje, fueron congregando a su alrededor a más de un centenar de inversores capitalistas que, con aportaciones de 25.000 pesetas de la época por cada acción, dieron músculo financiero a una editorial empeñada desde el primer minuto en desentrañar el trasfondo histórico que condicionaba el efervescente presente de la incipiente autonomía.

“Con Julio y con otros compañeros de viaje como el historiador José Luis Martín, que fue gobernador civil de Salamanca; el catedrático de Historia Económica Ángel García Sanz; Javier Paniagua, que luego fue diputado en Cortes; el filólogo Antonio Tovar y con el resto de compañeros era relativamente fácil hacer muchedumbre”, evoca Blanco con una sonrisa que le ilumina el rostro al recordar aquella “familia” que conformaron.

Un lenguaje “directo y arropador”

Para encontrar las primeras huellas que condujeron al alumbramiento de la ‘Guía espiritual de Castilla’ en el seno de Ámbito, es recomendable retroceder hasta los orígenes dominicos de Gonzalo Blanco, que con su inseparable sentido del humor recalca que las principales “tonterías” que ha cometido en toda su vida son dos: “La primera meterme a fraile, y la segunda, salirme”. De “vocación tardía”, al terminar el Bachillerato encontró en la orden religiosa “una oportunidad intensa de convivencia, de lectura y de compartir experiencias personales”, todo ello en “un ámbito muy acogedor, con buenas bibliotecas y teólogos competentes”. Realizó el noviciado en los dominicos de Palencia, posteriormente cursó tres años de Filosofía en Las Caldas de Besaya (Cantabria) y cinco más de Teología en el convento de San Esteban, en Salamanca, mientras daba sus últimos coletazos el Concilio Vaticano II.

Su salida de la orden, junto con su perenne inquietud por el mundo editorial y su indiscutible capacidad para practicar la empatía y cuidar las relaciones humanas, le llevó a dirigir Ámbito, un proyecto que, desde sus primeros pasos rehuyó de planteamientos localistas, y que estaba destinado a encontrarse con un escritor de tanto calado y hondura como José Jiménez Lozano, con quien Blanco mantenía, antes incluso del nacimiento de la editorial, “una relación constante, de comunión y de amistad”.

“Él era capaz de convertir la conversación en oración”, recuerda sobre los diálogos “en libertad total” que compartían paseando por Alcazarén. “Hacíamos algunos viajes juntos a Madrid, que a mí me servían de nutrición teológica, cultural y espiritual. Íbamos a determinadas librerías que él elegía, a anticuarios o a instituciones culturales, y yo era feliz. Pepe tenía un mundo increíble de relaciones, dentro y fuera de España, con intelectuales como Américo Castro o Rosa Rossi, entre otros muchos, que conformaban un bosque de relaciones muy denso. Su mundo, su cabeza, su corazón… eran tremendos. Conmigo había una descompensación enorme, porque él era un sabio y yo un ‘ignorante’, él era un teólogo y yo un laico de calle, pero entre los dos se creó algo, un humus, un sustrato de fondo, que hacía que nos lleváramos muy bien sin mantener una relación formalista”, evoca.

Según recuerda, la ‘Guía espiritual de Castilla’ fue un libro que “surgió dentro de esa relación”. El libro vio la luz justo dos años después de ‘Sobre judíos, moriscos y conversos’, el primer ensayo de Jiménez Lozano que publicó Ámbito, en diciembre de 1982, donde el de Langa profundizaba en las tesis de Américo Castro para arrojar luz sobre un problema tan capital para los españoles como la convivencia y la posterior ruptura de ‘las tres naciones’.

“La ‘Guía espiritual de Castilla’ fue una propuesta parida en el seno de mi relación con él, que fue aceptada sin ambages y gozada por el resto de responsables de la editorial. Con tal de publicarle algo, estaba dispuesto a grabarle inmoralmente a escondidas, o a recoger anotaciones suyas en papel de estraza”, bromea Blanco, que “fascinado por él, por sus fuentes de inspiración, su dimensión humana, teológica y literaria”, le pidió una nueva colaboración con la editorial, donde el abulense plasmara “con total libertad” su pensamiento.

“Le dije: ‘Tiene que ser una cosa tuya’, y él vertió ahí toda su filosofía de vida, que es muy espesa y muy bonita. A partir de las tres castas, las tres naciones o las tres culturas, que él domina como nadie, explica la vida desde su perceptiva de competentísimo secularizador desobediente”, resume.

Sin firmar ningún tipo de contrato, el proceso de creación del libro fue “lento” y se prolongó durante “alrededor de dos años”. “No marcamos ninguna disciplina rígida en cuanto a las fechas, y fue cobrando forma a su ritmo, con lo cual tuvo tiempo de matizar, incorporar y quitar elementos”, sin que fuera preciso siquiera recorrer una vez más los simbólicos espacios arquitectónicos en los que el relato se iría deteniendo para deleite del lector. “Él tenía todo eso en su cabeza y lo fue escribiendo. Pepe tenía una biblioteca absolutamente brutal de la nuez para arriba, y era capaz de transmitir todo ese mundo de una forma directa y ‘arropadora’, con un lenguaje próximo a lo más humano y entrañable, que le permite hacer elocuentes los sentimientos”.

La ‘Guía espiritual’ ve la luz

Tras la espera, el libro vio la luz finalmente en los últimos días de 1984, ahora hace cuatro décadas. “Esta ‘Guía espiritual de Castilla’ es algo muy sencillo: digamos que las glosas y confidencias que pueden surgir espontáneamente al peregrinar por esta tierra, disfrutar sus bellezas artísticas y evocar su memoria histórica”, escribía el Premio Cervantes en su ‘Explicación’, a modo de prólogo.

En ese prefacio, Jiménez Lozano aclaraba lo obvio: “No se trata de una guía turística, pero tampoco de ninguna clase de documentalismo académico, y, mucho menos, de propuestas interpretativas e inútiles acerca de lo que Castilla sea”, para asegurar después que su propósito no era sino “acompañar a ciertos lugares, permitiendo, luego, que el lector ande por sí mismo el resto del camino y se dirija hacia donde su sensibilidad le lleve, por su propia cuenta”.

“En estas páginas no se pretende en absoluto magnificar ningún glorioso localismo o regionalismo —siempre tan aldeanos, venenosos y miserables— sino, por el contrario, subrayar de qué modo y manera los universales sueños y esperanzas del hombre y la propia realidad de la vida cotidiana se encarnaron aquí, entre nosotros, de una forma que resulta significativa en el plano humano, espiritual o artístico para todo el mundo”, desgranaba.

El salón de actos de la Caja de Ahorros Provincial de Valladolid acogió el 21 de diciembre de 1984 la presentación en sociedad del libro, conducida por el académico e historiador zamorano José Antonio Rubio Sacristán, y amenizada por el grupo de música tradicional La Bazanca. Aquel día, José Jiménez Lozano (entonces subdirector de ‘El Norte de Castilla’) presentó su obra como “levadura natural para que cada cual haga su pan” y señaló su afán de brindar al lector “algunas claves y meditaciones para acercarse a las expresiones o a la vida misma de nuestro pasado”, en declaraciones recogidas por Luis Miguel de Dios para ‘El País’.

Desde las páginas de ‘El Norte de Castilla’, el salmantino Emilio Salcedo asumía el envite del autor, que invitaba a los lectores a acoger la ‘Guía’ como “un camino a recorrer por ellos”, y tras trazar su propio itinerario personal por su Salamanca natal recalcaba que la ‘Guía espiritual’ bien podría leerse “casi como un libro mágico, donde cada lugar, cada detalle, cada palabra, deja entrever un secreto que llevamos dentro”.

Junto al escritor y al editor, participó en la presentación el fotógrafo salmantino Miguel Martín, que había capturado para la ocasión un ramillete de imágenes que acompañaban en un camino paralelo al texto, intentando “desvelar a quien las mire un cierto rostro más profundo de esta misma Castilla que las palabras no podrían alcanzar”, citando las generosas palabras de Jiménez Lozano. “He querido reflejar la luminosidad, la belleza y el encanto de una tierra que no es monótona ni pobre en gamas y coloridos, sino rica en sensaciones y paisajes y que ofrece elementos fotográficos y pictóricos suficientes como para que estas facetas adquieran relieve”, comentaba entonces el fotógrafo.

El impacto y la huella

Escasos meses después de la publicación, el filósofo abulense José Luis López Aranguren, Premio Nacional de Ensayo en 1989 y Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades en 1995, publicaba en ‘Libros’, el suplemento de ‘El País’, su reseña de la ‘Guía espiritual de Castilla’, que calificaba como “un espléndido regalo” y “un único y muy hermoso libro”. Infatigable explorador de las relaciones entre ética y religión, y precursor en alertar de los riesgos de deshumanización que conllevaban los avances tecnológicos, el filósofo aplaudía en su escrito “la mirada despaciosa y atenta, y la fina sensibilidad del autor”: “José Jiménez Lozano, que no es académicamente historiador, es el más profundo discípulo que ha tenido y podía tener don Américo Castro. Tanto que este libro podría haberse titulado ‘Castilla en su historia’. Él es un Américo Castro mucho más que de la historia de la intrahistoria de Castilla, de su milenaria cotidianidad, de su arte ‘usadero’, popular, de la vida de la gente llana de esta tierra”.

El propio Jiménez Lozano relataba a Gurutze Galparsoro en ‘Una estancia holandesa’ (Anthropos, 1998) que “no hay, ni de lejos, ni el ánimo más pequeño de hacer de Castilla, en la ‘Guía espiritual de Castilla’, una especie de ‘umbilicus mundi’”. “No creo que el libro sea un canto a ninguna tierra, sino un discurso sobre cosas que han ocurrido a los hombres o que estos han hecho, un buceo en la historia, no en la carne y la sangre. Y un buceo en lo que esa historia singular de Castilla tiene de universalmente humano”.

Ahora, cuarenta años después del alumbramiento de la ‘Guía espiritual de Castilla’, Gonzalo Blanco recuerda el impacto que produjo la publicación del que, para él, “es probablemente el mejor libro que se ha editado nunca en Castilla y León”, por cuestiones como “su consistencia, su capacidad de sugestión, de invitar a la meditación y a la celebración”, todo ello además de ser una obra “muy personal” e “irrepetible”.

“Es un libro deslumbrante, definitivo en muchos aspectos, porque no defendía una tesis ni una mirada cronológica de valores determinados o ligados a ninguna moda. Fue un libro muy coreado cuando vio la luz, en un momento en que la sociedad era otra, digamos más ávida que la actual. Pero también ha sido un libro muy recurrido años después, porque es una de esas obras a las que regresas con cierta frecuencia y que nunca te cansa. Es un yacimiento al que recurrir en función de los condicionamientos, las avideces o los apetitos de la cultura de tu tiempo”, concluye.

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