(De i a d). Javier Sanz, académico de la Real Academia Nacional; María Jesús Pardo, presidenta de la SEHO Sociedad Española de Historia de la Odontología, el párroco: Erfidio Gómez, el alcalde, David Beltrán; María Jose de la Fuente, vicepresidenta de Diputación y diputada de la zona, y miembros de la Corporación castrillera, junto a la placa descubierta hoy.

Hoy sábado, la Sociedad Española de Historia de la Odontología (SEHO) homenajea al autor del primer libro odontológico a nivel mundial en su patria chica, Castrillo de Onielo.

Javier Sanz*

Hace aproximadamente cinco siglos, entre 1520 y 1530, que Francisco Martínez nació en la villa palentina de Castrillo de Onielo. En la iglesia de Nuestra Señora de la Paz fue bautizado y allí regresaría su cuerpo para ser sepultado, en 1585. El entarimado actual del templo impide contemplar la buena lápida con que a buen seguro debió quedar sellado este enterramiento. El paréntesis vital del autor pionero de la odontología mundial quedaba, pues, abierto y cerrado en estas bellas y sobrias tierras del Cerrato palentino. Pero Martínez volvía después de haber recorrido Europa con Felipe II en calidad de dentista de la Casa Real, permanecido en Italia durante una década y regresado a la corte, instalada en Valladolid y después en Madrid -a partir de 1561-, lugares asimismo de las dos ediciones de su pionera obra odontológica. Felipe II, como su padre Carlos V, sufrían los inconvenientes de sus malas dentaduras.

Como quiera que se trata de un libro de temática médica, no pocos historiadores le sitúan como médico, luciendo las graduaciones de “bachiller” en la primera edición (1557) y “licenciado” en la segunda (1570), y hasta parecería lógico, pero la dedicatoria de la primera al príncipe don Carlos queda rubricada con un “Indigno siervo y capellán de vuestra alteza, que vuestros reales pies besa. El bachiller Martínez de Castrillo”, o sea, era un licenciado en Teología, aunque tampoco es la primera vez que un cura de almas y uno de cuerpos coinciden en la misma persona.

En este caso, Martínez hace honor a su villa natal firmando con el remate de “de Castrillo” con el que se le ha conocido, aunque ya en la portada había dejado claro que si era apellido en lo sucesivo lo tomaba de su pueblo, proclamándolo incluso en la portada de la primera edición cuando se presenta como “Francisco Martínez. Natural de la villa de Castrillo de Onielo”. El dentista del rey, equiparado en salario a los prestigiosos médicos y cirujanos de la realeza y alejado de la legión de sacamuelas que recorren los caminos de aquella España renacentista entre lo sublime y lo mistérico, luce su pueblo en lo más principal de esta obra sobresaliente.

Así, pues, el “Coloquio breve y compendioso. Sobre la materia de la dentadura, y maravillosa obra de la boca. Con muchos remedios y avisos necesarios. Y la orden de curar y aderezar los dientes”, título completo al uso de la época, se constituye en el primer libro odontológico a nivel mundial, toda vez que el “Zene Artzney” alemán publicado veintisiete años antes en Leipzig no pasa de ser un opúsculo anónimo de consejos obtenidos de autores clásicos para cuidar los dientes, sin más.

A Francisco Martínez le corresponde, pues, la autoridad de ser el primer tratadista odontológico mundial y lo hace de una forma muy particular. En un exquisito castellano y como si de una obra de teatro se tratara, convoca a los protagonistas de la misma, quienes a su vez padecen diferentes males de la dentadura a los que el protagonista, que es él mismo bajo el seudónimo de “Valerio”, va desengañando de tanta superchería como corre entre el vulgo acerca de estas enfermedades y dando remedio con elaborados fármacos o con radicales instrumentos que manda fabricar a un platero como el Miguel Sánchez vallisoletano mencionado en esta joya bibliográfica. La formación de Martínez es universitaria y principalmente aristotélica, lo que justifica su doctrina, pero también basada en la experiencia, lo que le suma un éxito definitivo.

El destierro de la ancestral leyenda del “gusano dental” como origen de la caries.

En una de las tabletas de arcilla de la Biblioteca de Assurbanipal, en Nínive (Babilonia), que se encuentra en el Museo Británico, está el origen de la teoría que responsabiliza al gusano como causa de la caries dental.

A partir de ese momento todos los esfuerzos irán destinados a combatir al culpable de la más frecuente de las enfermedades humanas y, también, de las más dolorosas. Se propondrán toda clase de remedios para acabar con tan dañino agente, que si eliminarlo con una aguja al rojo o con ciertos líquidos, asfixiarlo con vapores de complejas preparaciones, ahogarlo con peculiares líquidos, etc.

Pero Francisco Martínez, llevado por le sentido común que da la experiencia deja negro sobre blanco lo siguiente: “Digo que en el neguijón [la caries dental] no hay gusanos, sino que es una corrupción que se hace en el diente o muela como en otro miembro del cuerpo, y de esto tienen harta experiencia y son buenos testigos los barberos y maestros de sacar muelas, que ninguno de ellos podrá con verdad decir que halló en muela ni diente gusano, sino fuere alguno que quiere burlar”. Éste es uno de los párrafos más brillantes de la historia de la Odontología mundial.

Si el libro hubiera tenido en su tiempo la trascendencia que merecía, lo que hoy se llama “Odontología” habría tomado otro rumbo en vez de quedarse buscando inexistentes gusanos en los agujeros de los dientes y de las muelas. Martínez es a la par un hombre sensato y un adelantado pues incluso en el siglo XVIII no es desmentida la ancestral teoría por el gran dentista francés Pierre Fauchard, quien admitiendo que no los ha visto nunca dice “ni lo confirmo ni lo descarto”. Pero la política restrictiva de “cierre de fronteras”, a la par que el desdén de la clase médica hacia este innoble arte, no favorece su difusión.

Pues bien, el “Coloquio”, como abreviada y popularmente se conoce, tuvo una edición trece años después con el más culto encabezamiento de “Tratado”, escrito a la manera académica y con la narración de sus experiencias en los trece años que median entre ambas tiradas.

Si el “Coloquio” fue una grata y necesaria novedad, el “Tratado” es la exposición a la manera científica de lo que podía haber iniciado un camino sólido en lo que después, y hasta hoy, se llamará “Odontología”, pero eran tiempos de Felipe II y las fronteras, también las cultas, insistimos, incomunicaron a un gran país. Además, vaya otro mérito, el autor incluye en esta nueva tirada muchos de los casos a los que ha asistido en estos trece años de por medio, algunos de los cuales son pura fantasía, pero reflejo de la baja instrucción del populacho que aun siendo disparatados acaba por creerlos y difundirlos como cosa mágica.

Ambas ediciones, “Coloquio” y “Tratado”, han tenido ediciones posteriores, incluso facsimilares. A principios del siglo XX un artículo de Julio Endelman en la prestigiosa revista del ramo “The Dental Cosmos” presentó el “Coloquio” como un gran descubrimiento que expuso ante los dentistas norteamericanos y ante el mundo. A principios del actual, la historiadora francesa Micheline Ruel-Kellermann, recientemente fallecida, se enamoró de la obra de Martínez y la tradujo a su idioma, con valiosos estudios introductorios.

Medio milenio después de aquella primera edición vallisoletana en la imprenta de Sebastián Martínez, la Sociedad Española de Historia de la Odontología (SEHO) hace entrega de la lápida elocuente que el Ayuntamiento de Castrillo de Onielo y el párroco de esta villa colocarán junto a la puerta principal de la iglesia donde fuera cristianado y sepultado el dentista del poderoso Felipe II y autor de la obra pionera de la Odontología mundial. Francisco Martínez, si bien con retraso, es profeta en su tierra, la tierra entrañable de la más pura Castilla, la del Cerrato palentino.

*Javier Sanz es académico de número de la Real Academia Nacional de Medicina de España

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