Reportaje de Fernando Caballero
Este artículo que se inicia ahora se desarrolla en tres vertientes culturales, una histórica y dos literarias. En la primera el protagonista es el Estudio General de Palencia que se desarrolló en los siglos XII y XIII –es lo que se conoce como la Primera Universidad de España– y las dos literarias se refieren al máximo representante del denominado en la historia literaria Mester de Clerecía, Gonzalo de Berceo, autor de la obra ‘Milagros de Nuestra Señora’, y al escritor contemporáneo Lorenzo G. Acebedo, autor de dos novelas que están teniendo un gran éxito de ventas, ‘La taberna de Silos’ (2023) y ‘La Santa Compaña’ (2024), ambas editadas por el sello Tusquets, y de las que en agosto se habían vendido más de 60.000 ejemplares, 40.000 de la primera.
¿Y qué tienen en común estas tres vertientes, con el clérigo medieval como nexo? En resumen, aunque lo desarrollaremos en el artículo: Gonzalo de Berceo fue alumno del Estudio General y Lorenzo G. Acebedo ha creado dos novelas en las que el monje de San Millán resuelve asesinatos. Escritas en primera persona, el Estudio General palentino aparece en numerosas ocasiones, siendo en ‘La Santa Compaña’ casi un personaje más.
Aunque no existe entre los historiadores una coincidencia clara en las fechas de su origen –tomamos ahora como referencia a Javier Divar, de la Universidad de Deusto, y su artículo ‘Los orígenes de la Universidad en España. El Studium Generale de Palencia (siglo XII y XIII)’ –, en lo que sí hay convergencia es en que el germen del Estudio General se encuentra en la escuela catedralicia de estudios eclesiásticos que ya funcionaba en Palencia en la época visigótica con el obispo Conancio (610-638) –en el siglo VII se comenzó a construir la primera catedral de la que se conserva parte de la cripta y una portada protogótica, en el baptisterio del siglo XIII–. El Estudio General de Palencia se crea bajo el reinado de Alfonso VIII (1158-1214), aunque hay también divergencias sobre el papel que desempeñó, ya que la enseñanza que dio lugar al Estudio General surgió en el seno de las catedrales, como ocurrió con el palentino. La formación eclesiástica ya existía en Palencia con anterioridad al obispo Raimundo, que rigió la Diócesis desde 1148 a 1183 –en el año 1148 ya estudiaba en él Santo Domingo de Guzmán–, pero fue el prelado Tello Téllez el que dio el impulso definitivo al Estudio General.
Javier Divar señala que el reconocimiento eclesiástico del Estudio General se produce en 1208 por el obispo Tello Téllez y el reconocimiento real por parte de Alfonso VIII, en 1212. Entre los alumnos figuran tres destacados eclesiásticos, el citado Santo Domingo de Guzmán, fundador de la orden de predicadores –los dominicos–; Pedro González Telmo, nacido en Frómista y que es conocido como San Telmo, declarado beato el 13 de diciembre de 1741 por Benedicto XIV quien autorizó su culto por la vía de la canonización equivalente sin haber pasado por el procedimiento ordinario de la canonización formal, porque la veneración al santo venía desde tiempos antiguos y de forma continua por la Iglesia –la canonización formal fue solicitada en 2016 por las ciudades vinculadas a él: Frómista, Tuy y Oporto–; y Gonzalo de Berceo, el protagonista de las novelas de Lorenzo G. Acebedo.
Gonzalo de Berceo, cuyo año de nacimiento se sitúa en 1196 en la población riojana de la que tomó el apellido y el de su fallecimiento en 1264, fue monje en el monasterio benedictino de San Millán de la Cogolla, pero los estudiosos le sitúan fuera del mismo entre 1223 y 1236, parte de los cuales son los que pudo pasar en el Estudio General de Palencia, según María Jesús Fuente, dada su amplia cultura y dimensión humanista –los alumnos que se formaban en un Estudio General solían pasar en la ciudad entre dos y diez años, según la misma historiadora–. Su obra de divide entre las dedicadas a la Virgen María, ‘Loores de Nuestra Señora’, ‘Duelo que fizo la Virgen’ y ‘Milagros de Nuestra Señora’; vidas de santos, como la de San Millán y Santo Domingo de Silos, y doctrinales.
Y aquí llegamos a la última pata de la trilogía: un novelista que utiliza a Gonzalo de Berceo como detective para aclarar asesinatos. Este escritor es Lorenzo G. Acebedo, pero para remarcar el carácter misterioso de las tramas noveladas, resulta que este nombre es un pseudónimo que no responde a una identidad conocida. En la solapa de los dos libros publicados, la editorial Tusquets informa que detrás del nombre de Lorenzo G. Acebedo se oculta un escritor que abandonó en su juventud los estudios teológicos por el retiro monacal y, algún tiempo después, el retiro monacal por una mujer, y que en la actualidad reside en La Rioja. De momento, ‘La taberna de Silos’ y ‘La Santa Compaña’ son sus únicos libros publicados.
En la primera novela, Gonzalo de Berceo recibe el encargo de su abad de desplazarse hasta el monasterio burgalés de Santo Domingo de Silos, también seguidor de la orden de San Benito, para copiar un manuscrito latino, aunque detrás se encuentra la alianza de las dos abadías contra el poder del Papa, de los obispos y de la pujante nobleza que querían monopolizar los beneficios de la producción del vino. Cuando el poeta de la clerecía llegó al monasterio de Burgos se encontró con un asesinato que se empeña en resolver.
A lo largo de la novela aparecen las referencias al Estudio General de Palencia, casi todas anecdóticas, como cuando relata el origen de un tintero que utiliza para copiar el manuscrito, que se lo robó a una “dama docta de Palencia, dulce y desdichada, a la que visitaba cuando era estudiante y que me enseñó, entre tantas otras cosas, la receta para hacer la tinta líquida”. En otro momento Gonzalo de Berceo explica que entre los alumnos del Estudio se trataban de ‘vos’, expresión que en la actualidad corresponde al ‘usted’.
En la narración, el poeta de la clerecía cita al obispo de Palencia Tello Téllez de Meneses, relatando que como su padre le había prohibido alistarse en la soldada por su corta edad, se escapó de casa para sumarse a las huestes del prelado, “que volviendo de Navarra a su diócesis pasaron cerca de San Millán”. “Téllez llevaba tiempo convocando a todos los jóvenes que encontraba a acompañarlo a pelear al moro”, continúa el relato. El obispo prometió a todos los que lo siguieran y se formaran en el Estudio General, que él promovía, “beneficio eclesiástico, si sobrevivían a la guerra, para a aprender Arte, Leyes y Teología”, lo que permite conocer la formación que allí se impartía.
Las novelas de Lorenzo G. Acevedo se caracterizan, entre otras cualidades, por el humor que desprenden. Así, cuando pidió al abad de Silos investigar la muerte de un monje, aquel lo autorizó si cumplía tres condiciones, una de las cuales es hacer “confesión general” ante otro monje, y se confesó, y confesó lo que quería su confesor: los pecados contra el sexto mandamiento. Con ayuda del aguardiente que tomó, enumeró “nombres, retratos y posturas” de sus relaciones con mujeres, y entre ellas citó a “las putas de Palencia: la voluminosa Guiomar, que veía a Dios entre las sábanas; Quiteria, llena de pesares, y la desdichada y risueña Barbolilla”.
El obispo Don Tello vuelve a salir más adelante al referirse a Palencia como una “ciudad acogedora, con cinco miles de almas, cuatro iglesias y cuarenta lugares donde beber vino hasta caer rendido, entre tabernas, despacho eclesiásticos y posadas”. Gonzalo de Berceo relata estos datos cuando él ya había alcanzado su “bachillerato en teología”. Lo que cuenta en esta historia ocurrió en una taberna mientras bebía vino con otra persona, Aznaro, al que una muchacha acusó de haberla violado y fue a buscarla con la “ronda”, formada por cuatro soldados que pertenecían al “temible grupo de combatientes del cuerpo de caballería del obispo Tello Téllez”.
La “cuadrilla” de Palencia
La segunda novela de Lorenzo G. Acebedo, ‘La Santa Compaña’, se desarrolla en Santiago de Compostela, ciudad a la que llegó Gonzalo de Berceo para participar en la celebración del jubileo y probar una variedad de vino que elaboraba un amigo suyo. Como ocurrió en Silos, el poeta terminó resolviendo los crímenes ocurridos en la catedral. Precisamente, cuando Gonzalo asistió a una misa se encontró con que el Cabildo está integrado por antiguos compañeros de él en el Estudio General, grupo que se hacía llamar “la cuadrilla de Palencia”
“En aquel tiempo, siendo todavía novicios, bromeábamos con la idea de que uno de nosotros llegaría a Roma. Nos unía entonces un mismo empeño: la iglesia necesitaba reformas urgentes y éramos nosotros los llamados a realizarlas. Renovación en la tradición era nuestra divisa secreta. ¡Cuántas discusiones al calor de la lumbre y del vino! ¡Cuántos propósitos, sueño, afanes!”. Así describe el ideario de esa cuadrilla, que luego se separó –“o mejor dicho; yo me separé de ellos”, puntualiza Berceo–.
A partir de este encuentro con sus antiguos compañeros, las referencias a la cuadrilla que se forjó en el Estudio General fueron constantes. Uno de los condiscípulos es el arzobispo de Santiago Juan Arias, a quien desde que coincidieron en Palencia le pusieron el sobrenombre de Gallinato. Berceo habla en la novela de las representaciones teatrales que se organizaban –a otro condiscípulo, Simón, también en la ciudad gallega, le asignaban siempre papeles de mujeres–.
Cuando el monje de San Millán conoció el lujoso palacio donde reside el arzobispo, lamenta la “opulencia de su gabinete, tan distinto de nuestras celdas en el Estudio General”. En la primera comida que se celebró en Compostela, Berceo agradeció que la cuadrilla le recibiera “con tanta calidez”. “No es que temiera que se hubieran olvidado de mí, pues después de tanto tiempo pensé que me verían como alguien que no merecía ya los privilegios de la amistad. Al fin y al cabo, era el traidor de la cuadrilla, el único que había claudicado de la misión pastoral que nos unió en Palencia”, relata el narrador de ‘La Santa Compaña’.
En esa comida, Berceo se encontró con cardenales de los que no se acordaba del nombre. De uno de ellos dice que era “anodino en tiempos del Estudio General, aunque ahora crecido y seguro de sí mismo”. El debate que se produjo en ese mismo momento le recordó, entre risas, que “en Palencia nos embarcábamos en disputas como aquellas, solo que lo hacíamos en serio, mientras la bota circulaba de gaznate en gaznate”.
En su narración Berceo ofrece detalles de la vida en el Estudio General, como que se representaban obras de teatro, una de ellas, ‘Pamphilus’, una comedia elegíaca anónima, aunque fue atribuida a Ovidio, escrita en latín en el siglo XII. Uno de los clérigos que Berceo se encontró en Compostela es Serafín, que en Palencia había sido, “además de un buen amigo, el impulso que necesitaba para acabar de entender mi relación con la música, en concreto con la vihuela”.
Otro toque de humor se produjo en una plaza de Compostela llena de vendedores ambulantes y peregrinos, además de “un enjambre de rapaces descalzos y con churretes en la cara” que le rodeó para pedirle limosna. En ese ambiente apareció una “cuadrilla de tunantes que viven de la sopa boba”. “Eran cinco zarrapastrosos que me recordaron a nosotros mismos, la cuadrilla de Palencia”.
En una taberna, a la que Berceo entró cuando anochecía, se encontró con otro excompañero del Estudio General, Adán, a quien describe como “el efebo más hermoso de Palencia”. Respecto de otro antiguo condiscípulo, Aznaro, el poeta de la Clerecía se refiere a él como “mi odiado monje giróvago” y “el otro verso libre de la cuadrilla de Palencia”. Esta es la última referencia de ‘La Santa Compaña’ al Estudio General, una veintena entre las dos novelas.
Lorenzo G. Acebedo ha escrito dos obras, y seguro que no serán las últimas, que continúan la saga de novelas enmarcadas en el género denominado ‘thriller’ histórico ambientado en la Edad Media que arrancó en 1980 con la publicación de la exitosa ‘El nombre de la rosa’, de Umberto Eco. Una modalidad de este género es el que sitúa a personajes históricos como investigadores de crímenes. En España, Luis García Jambrina ha escrito, desde 2008, una saga con Fernando de Rojas, autor de la Celestina, como detective de crímenes y este año ha iniciado otra con Miguel de Unamuno como esclarecedor de asesinatos.
Con un estilo marcado por un lenguaje moderno y a la par antiguo, recuperando un léxico que ya no se usa de forma generalizada, el autor describe a un clero corrupto, pasional, mundano, cínico, pecador, obsesionado por el sexo y con intereses económicos en torno a la producción del vino. Lorenzo G. Acebedo demuestra conocer muy bien la historia de la Edad Media y aspectos concretos, como la vida en los monasterios, la producción del vino y la elaboración de los códices y miniaturas, entre otros.
Aunque sin duda, para los palentinos la atracción de estos libros son las múltiples referencias a la Primera Universidad de España, o Estudio General, lo que vuelve a situar a Palencia en el mapa literario hispánico, donde la capital y la provincia se recogen en numerosas obras de creación literaria, como recogió César Augusto Ayuso en ‘Palencia en la literatura’ (Cálamo, 2000). Palencia luce con orgullo este título pionero en la primera rotonda de la autovía de Valladolid y desde 1997 con un monumento en la plaza de San Pablo esculpido en bronce por la escultora Carmen Castillo (Zaragoza, 1959).
Los libros
Autor: Lorenzo G. Acebedo.
Títulos: ‘La taberna de Silos’ (2023) y ‘La Santa Compaña’ (2024).
Editorial: Tusquets.
Páginas: 285 y 296, respectivamente.
Precio: 19 euros cada uno.