Educadores y algunos Formadores en un hogar de Mensajeros de la Paz en Palencia
Educadores y algunos Formadores en un hogar de Mensajeros de la Paz en Palencia

La asociación, que cuenta con un hogar de menores en Palencia y abrirá pronto otro, espera que la sociedad acepte a los niños y que nadie les rechace por venir de donde vienen

Jesús García-Prieto / ICAL. Trabajar para dar a las personas más vulnerables de la sociedad una nueva vida, aquella que nunca han tenido. Esa es la misión de Mensajeros de la Paz. Una organización fundada en 1962 por el padre Ángel García Rodríguez que trabaja a nivel nacional e internacional para mejorar la calidad de vida de las personas más necesitadas, con especial atención a la infancia. En Palencia, su coordinadora es Mayte Gómez, que reconoce que los niños que llegan al centro palentino son personas muy dañadas. “El día a día a veces es complicado porque trabajamos con personas muy dañadas y son niños, pero para nosotros es muy bonito porque ayudamos a que todo ese dolor y sufrimiento puedan sacarlo. Es como la transformación de una mariposa, que comienza siendo gusano y poco a poco vas viendo como se van transformando”, explica la coordinadora de la asociación en Palencia. “Hay que tener en cuenta que son personas muy dañadas, que vienen con muchas mochilas y nosotros lo que hacemos es ayudarles con todo, desde la sanidad hasta socializarse”.

Un encomiable, pero difícil trabajo en muchas ocasiones. “Muchas veces lloramos porque sus historias son duras, además porque el vínculo que tenemos con estas personas es increíble, de hecho cuando se van del hogar para nosotros es muy duro”, explica apesadumbrada Mayte. “Es un trabajo difícil, pero tenemos la suerte de trabajar con niños y lo que intentamos es que sea todo como una gran familia. Cuando llega alguien nuevo le protegen muchísimo. Ellos mismos van encajando puzzles y todos saben que vienen aquí porque en casa han sufrido mucho”.

El hogar palentino cuenta con chicos entre 0 y 14 años y cada vez que un chico nuevo llega es una fiesta para sus compañeros. “La llegada de cualquier persona es muy bonita. Ellos mismos se apoyan, aunque es verdad que luego ellos mismos discuten, se pelean, se roban juguetes, pero como cualquier hermano. Muchas veces tienen la picardía de querer engañarte con las notas de clase”, recuerda entre risas Mayte.

Aunque la coordinadora reconoce que los niños residentes en el centro de la asociación a veces miden a sus educadores nuevos. “Cuando vienen alumnos de prácticas les decimos que les van a torear, pero es como en las familias cuando llega alguien nuevo”, asegura.

Aunque la realidad a veces es dura para los propios chicos que la mayoría de las ocasiones no dicen que viven en un centro cuando les preguntan en clase. El centro de Palencia cuenta con doce trabajadores, aunque “dentro de poco tendremos un nuevo centro, lo que supondrá la contratación de nuevos trabajadores”, explica su coordinadora.

El ocio es, lógicamente después de sus clases, uno de los momentos más importantes para los chicos y chicas que viven en el centro. “Intentamos apuntarles a todo lo que podemos, ya sean fiestas de los pueblos o tomar un chocolate en la Trapa, que les encanta. Les ofrecemos vivencias para integrarles, para recuperar su infancia perdida, para sanar y porque queremos que lleguen a su día a día y sean uno más”, reconoce Mayte, que asegura que son ellos los que eligen a qué tipo de clases extraescolares apuntarse, aunque intentan que los más pequeños acudan a clases de natación “para que cuando salgan de aquí sepan nadar. Intentamos siempre pensar en su futuro”. De hecho, muchas empresas y entidades colaboran con la asociación para que los niños puedan disfrutar de partidos de fútbol o de otros deportes. “Nos han llamado muchas veces del Palencia Rugby Club para ver los partidos”.

El voluntariado es fundamental para completar el trabajo que hacen los empleados del centro. “Tenemos voluntarios de Maristas o La Salle y alguna organización. Todo el mundo que puede nos echa una mano”, explica Mayte que lo único que pide es que “cuando los niños y niñas digan que vienen de un centro de menores es que nadie les rechace por eso. Todo el mundo piensa que están ahí porque son malos y eso no es así. Nuestra gran pelea es que sean aceptados por la sociedad. Me gustaría que les invitaran a cumpleaños, a jugar al parque o que pueda ir a casa de una amiga a pasar la tarde”, afirma con tristeza.

Además, la pasada semana se ha implementado en Palencia un protocolo de contención desde el buen trato a niñas, niños y adolescentes en los hogares de menores tutelados de Mensajeros de la Paz en Palencia. Un protocolo innovador que busca transformar las prácticas de contención en dichos centros, garantizando que se haga desde el respeto y la protección de la dignidad de los niños y mediante las dinámicas del buen trato. “Queremos que antes de llegar al protocolo de contención se den muchos pasos que hay que tener en cuenta para intentar no tener que llegar a ese extremo”, sugiere la coordinadora de la asociación en Palencia. “Estamos trabajando con personas y sabemos que la contención es necesaria, pero muchos de nuestros niños son víctimas de violencia intrafamiliar y llegan con muchas mochilas con lo que muchas veces su conducta no está controlada”. Ellos muchas veces necesitan explotar después de todo lo que han vivido en sus vidas y nosotros tenemos que ayudarles para que todo este proceso sea desde el cuidado, el acompañamiento, el buen trato y no hacerles daño”. Una sesión práctica que contó con las explicaciones como instructor del oficial de la Policía Local José Luis Garrido Sanz.

El éxito del primer piloto de implementación en el Centro Penitenciario de la Moraleja, en Dueñas se repitió esta semana en el centro de menores tutelados de la asociación en Palencia. Estos protocolos buscan cuidar tanto a los menores, como a los cuidadores. “A nosotros no nos enseña nadie, pero tenemos que estar para ayudar a nuestros niños. Hay que tratar de ser empático y que haya una desescalada antes de que llegue el momento de la contención. Después tenemos que ver en qué momento hay que llamar a las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad”, concluye Mayte Gómez que sigue esperando que algún día, la sociedad no rechace a sus niños por el simple hecho de que tengan que vivir en centros tutelados.

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