Artículo de opinión
Hace unas semanas coincidí con un amigo de la infancia y me sorprendió bastante lo cambiado que estaba. Cuando digo que estaba cambiado no me refiero a que había envejecido y demás miserias que conlleva el hecho de cumplir años. Lo que más llamó poderosamente mi atención fue la dentadura de Ane Igartiburu, que se encargaba de lucir cada 5 segundos, como si el tesoro del Señor de los anillos se tratara.
Sin embargo, esa obscena ostentación de sus encías iba inevitablemente unida a un sonido extraño que yo identifiqué como el seseo de una persona a la que están realizando un exorcismo. Era como si la dentadura fuese demasiado grande para su boca.
El hombre, consciente de mi dificultad en entender su discurso, me confesó que había estado en Turquía y le habían colocado un “dentamen nuevo”. Me reconoció que ahora le costaba hablar, pero que dentro de un año volvería a la normalidad. Yo ya había escuchado antes a algún compañero hablar de la ruta “teeth and tits” o lo que es lo mismo “la ruta dientes y pechamen”. Vamos, que es el vuelo Londres-Antalya donde los ingleses y demás nacionalidades, entre las que se incluyen muchos rusos, van a ponerse pecho, dientes y pelo.
Mis compañeros dicen que esos vuelos son extremadamente peculiares. Mujeres que se acaban de poner “culo” y no se pueden sentar, señoras con el pecho recién operado que apenas se pueden mover, caras vendadas, ojos tapados, hombres con la cabeza de la muñeca Nancy y con los cogotes en carne viva y, por supuesto, lo que nos ha traído a hablar de este tema hoy, dientes, dientes. Si ya lo decía la visionaria tonadillera Pantoja cuando iba agarrada de la mano de su amante alcalde, fanático de los pantalones de corte sobaquero y que Dios tenga en su Gloria, “dientes, dientes que es lo que los…
Y es que el Sur de Turquía se ha convertido en una mezcla entre Benidorm y un desguace de seres humanos que van allí a tunearse la carrocería. Perdón si hiero algún sentimiento con esta metáfora, pero no se me ocurre manera mejor de describir esta locura.
Ni qué decir tiene que cada uno es dueño de hacer con su cuerpo lo que quiera y que si así son más felices pues ¿quién soy yo para juzgar, pero no les parece que hay algo que estamos haciendo mal? A lo mejor en el colegio deberían incluir una asignatura del tipo, “en la variedad está la belleza y sé feliz con lo que tienes”. A mí me parece que cada vez parecemos más personas hechas en serie. Labios grandes, cejas tatuadas, mofletes, dientes tan blancos que parece que te están invitando a seguir la luz para guiarte al más allá, pechos y culos de silicona, niñas con bótox, pestañas postizas, uñas falsas y ridículamente largas y lo nuevo que seguro que ustedes todavía no han oído y que, por supuesto, ya se puede hacer en Turquía por el módico precio de 3.000 euros, cambio de color de ojos.
Por si estuvieran interesados en arriesgar algo tan poco importante como tener una correcta visión, esta técnica se lleva a cabo con láser y es el mismo procedimiento que quitarse tatuajes de la piel. Después de todos los pinchazos que te hacen en los ojos, estás un mínimo de dos días sin ver nada y necesitas la compañía de un lazarillo en todo momento.
Al parecer, no se puede elegir el color de ojos, es el que quiera salir. Yo ya he coincidido con un inglés que se lo hizo y ahora tiene ojos azules. Antes, por si se lo están preguntando, eran marrones. Al parecer al Señorito no le bastaba con usar los ojos para ver, además quería elegir el color.
Con P de pena, porque eso es lo que siento por nosotros, seres humanos, que cada día somos más débiles mentalmente y más acomplejados. Que viva la variedad, porque si todos fuéramos perfectos… qué aburrimiento de vida.