Hundimiento del Titanic Mara Sastre

Hace unas semanas estaba viendo el informativo matinal y tuve la desgracia de presenciar una noticia que me impactó demasiado. Al parecer una menor se había metido en una pelea para defender a la persona que estaban atacando y había resultado muerta. Como siempre, emitieron el video en el que se atisbaba la desgracia, pues seguro que no les pilla de sorpresa cuando les añada, que había una interesante cantidad de chavales presenciando y grabando la escena.

Este acontecimiento además de ponerme muy triste, me hizo reflexionar mucho. Me parece tan desgarrador que una niña que tiene el coraje y la bondad necesarias para ayudar a otra persona, sea recompensada con la muerte y con la carente solidaridad por parte de los demás testigos.
Me preocupa mucho cómo tratar este tema tan complejo y controvertido con los hijos. ¿Qué debemos enseñarles? valores y por tanto ayudar si ven a alguien en peligro o a proteger su integridad física y hacer absolutamente nada ante cualquier injusticia. El mecanismo de autodefensa de un padre es decirles que huyan de cualquier conflicto pero ¿y si la persona que está siendo atacada es nuestro hijo? ¿No nos gustaría que alguien les ayudara? O por lo menos que tuviera la decencia de usar el teléfono para pedir ayuda en lugar de grabar la escena para subirla a internet.

No sé si han visto alguna vez el meme de lo que supondría el hundimiento del Titanic a día de hoy, con todos los náufragos grabando el momento.
Siendo del todo honesta, he de confesar que ya en mi larga vida he sido siempre un poco camicace. De hecho, si miro hacia atrás pienso que a lo mejor debería haberme protegido más. No soporto ver cómo hacen daño a otras personas y cuando llega el momento me entra una especie de fuerza de la que desconozco su procedencia y no puedo evitar involucrarme.

Sin ir más lejos, hace justo una semana, fui testigo de cómo en el aeropuerto de Barcelona tres mujeres increpaban a un hombre que descansaba tranquilamente mientras su mujer estaba en el baño. Era un hombre tímido, educado y que emanaba una característica que huelen los agresores, debilidad. Era de esos hombres que a priori uno piensa que no ha roto nunca un plato. De repente, sin venir a cuento, una de las mujeres empezó a gritarle que era un cerdo, que estaba emitiendo unos sonidos asquerosos con la garganta y que se fuera al baño, todo esto mientras sus dos acólitas se reían como si no hubiese un mañana.

La acusación era tan grotesca y tan poco creíble que todo el mundo se llevaba las manos a la cabeza pero nadie decía nada, a lo que la mujer empezó a increparle aún más fuerte y se acercaba más a él para intimidarle. En ese momento el señor, que apenas se atrevía a levantar la mirada, se atrevió a barruntar de manera casi imperceptible que se debían haber equivocado de persona porque él no había hecho nada. La reacción de aquellos personajes grotescos fue horrible y la cantidad de improperios que aquella señorita soltó por su boca no son susceptibles de ser reproducidos en este periódico. El hombre agachó el cabeza totalmente avergonzado, otorgándole a la mujer el poder que necesitaba para seguir maltratándole.

En ese momento, mi umbral de tolerancia a las injusticias y reconozco que mi sentido del ridículo, se redujeron al mínimo y de la manera más educada posible y con un enorme ejercicio de contención, le rogué a la maltratadora que por favor parase y que sus amiguitas se abstuvieran a reírse de él. Por supuesto, la fenómena empezó a insultarme y a decirme que me metiera en mis asuntos, a lo que respondí que estaba encantada de meterme en mis asuntos y que la conversación se acababa ahí mientras le hacía señas al hombre para que se sentara conmigo. En ese momento, uno niño de unos 10 años les dijo que eran unas maleducadas y el resto de pasajeros se unieron a nosotros. Las mujeres viendo que todo el mundo se había dado cuenta de su mala conducta no abrieron la boca nunca más y el pobre hombre se sintió muy aliviado por el apoyo recibido.

No somos conscientes del poder que tenemos todos si nos unimos contra los que atentan contra nuestra integridad. El problema es que el miedo nos paraliza y cada vez nos cuesta más ponernos en la piel del otro.
Con p de “pataleo” porque al menos siempre nos quedará el derecho al pataleo ante las injusticas del día a día.

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