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La ilustradora palentina presentó ayer en la Librería del Burgo su último volumen ilustrado, Los ecos del Viento (Kalandraka)

Con esa sencillez tan palentina -somos de darnos poca importancia por aquí-, Noemí Villamuza le resta peso al detalle con el que comienza su presentación el librero Javier Rodríguez del Burgo.

Ante un nutrido grupo de lectores y lectoras en la Librería del Burgo, en la tarde de este miércoles 6 de marzo, Javier evita el circunloquio y se lanza directamente al elogio: estamos, dice, ante una de las ilustradoras más importantes del momento en España, a la que llaman las principales editoriales y que, como los grandes actores de Hollywood, puede permitirse elegir los textos sobre los que desplegará su imaginación.

“Todas las editoriales con peso en nuestro país llaman a Noemí. Y si no lo han hecho, lo harán pronto. Su importancia es tal, que los de Wikipedia se han cansado de actualizar la cantidad de libros en los que participa, que pasan de los 50”, explica el librero. Y ella sonríe, otra vez, con humildad palentina: “buenos buenos, no son todos, así que…”.

En la Librería del Burgo, a esta autora se le profesa auténtica devoción: sus libros se veneran en una hornacina enclavada en la pared azul, bajo un rótulo que reza “el Rincón de Noemí Villamuza”.

En esta ocasión, regresa a este templo para presentar ‘Los ecos del viento’ (Kalandraka, 2024). Doce poemas del gallego Antonio García Teijeiro dedicados a doce creadoras, poetas o narradoras de diferentes generaciones y de ambos lados del atlántico, a los que Villamuza presta su imaginación y sensibilidad.

Reconoce que, de entrada, no le encajó la propuesta: le incomodaba que fuera un hombre quien escribiera poemas con un “espíritu muy femenino”, dedicado a mujeres escritoras.

“Después supe que Antonio era un maestro con un gran bagaje en su tierra, Galicia. Una persona muy querida que utilizaba sus textos para dar a conocer a las autoras, además de rendirles homenaje, pero también para explicar a niños y niñas cómo se escribe poesía: la métrica, las figuras…”.

Así fue como conectó con una recopilación cuyas imágenes juegan con el concepto del agua como metáfora de las emociones, presente en todas las ilustraciones, en las que también se recorren todas las etapas de la vida de una mujer: la inocente infancia, la adolescencia agitada, la madurez.

Noemí reconoce que ilustrar poesía le daba “respeto”. “Pensaba que la poesía no debía ser ilustrada, porque quien la crea, ya genera imágenes”. Pero después se dio cuenta de que su trabajo podía ayudar a acercar la poesía a la infancia y comenzó a aceptar proyectos de este tipo, con los que trabaja sobre los textos sin conocer primero al autor, a fin de conectar directamente con su mensaje, sin interferencias.

Ilustrar -le explica a un niño sentado en la primera fila- implica dos procesos. Por un lado, la técnica, que se logra con años de formación y práctica (ella es, de hecho, licenciada en Bellas Artes). Pero sobre todo, la capacidad de comunicar.

“Para ser ilustrador hay que practicar la técnica durante años… Pero sobre todo, hay que leer muchísimo. Porque cuanto más lees, más grande se hace tu imaginación”, le contesta a un niño de la primera fila que le pregunta qué hay que hacer para convertirse en ilustrador de álbumes y cuentos.

Y es que, en esta presentación, como en muchos otros de la autora, los lectores más pequeños, sentados en el suelo y en los primeros taburetes, aprenden sin pestañear toda la magia que cabe en el lápiz de una mano experta y una mente fantasiosa, como la de los ilustradores de libros.

Y por si todavía queda alguna duda, Noemí termina de convencerlos: “un libro no es un objeto, es mucho más. Porque un libro lo tiene todo. Un juguete es un juguete: pero un libro es una montaña nevada, una explosión, una nave espacial… Y si está ilustrado, ¡todavía más!”.

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